El paraguas Jacinto
El
paraguas Jacinto
Minicuentos (9): En compañía de Álvaro Cunqueiro
Un paraguas muy
particular
El autor
de este relato es un gallego célebre, como lo son Pardo Bazán, Rosalía de
Castro, Valle-Inclán, Wenceslao Fernández Flórez y otros muchos que han dado
tanto a las letras españolas. Este hombre nacido en Mondoñedo fue un gran
novelista, poeta, articulista… hasta gastrónomo, y bastante valorado como escritor gallego bilingüe del siglo que le tocó vivir, el XX. Por tanto queremos
recordar a este polifacético autor con uno de sus cuentos, publicado en 1975 en
el libro “La otra gente”, donde nos muestra una parte de su pequeño mundo.
Guerreiro de Noste iba por el monte,
cruzando la sierra que llaman Arneiro, cuando se encontró con un hombre que
llevaba un paraguas enorme, más alto que él, la tela de color ceniza. Guerreiro
le dio los buenos días, y se admiró del tamaño del paraguas, que nunca otro
viera.
-¡Eso no es nada! -dijo el hombre
que era un tipo pequeño y colorado, y lucía un gran bigote entrecano.
Y le mostró a Guerreiro el puño
del paraguas, que era un rostro humano, con barba de pelo y ojos de cristal, y
la boca colorada y abierta parecía la de un humano con vida.
-¡Vaya boca! -comentó Guerreiro.
-¡Paraguas, saca la lengua!
-ordenó el dueño del paraguas.
Y por la boca aquella sacó el
paraguas la lengua, larga y colorada, una lengua de perro que lamió
cariñosamente la mano del amo. El cual se quitó la boina y la puso en el suelo,
delante de Guerreiro, quien echó en ella una peseta.
-¿Qué trampa tiene? -preguntó
Guerreiro, que era muy curioso.
El desconocido se rió.
-No tiene trampa ninguna, que es
mi cuñado Jacinto.
Y explicó que su cuñado Jacinto
encontrara aquel paraguas en un campo, en Friol, y le pareció un buen paraguas,
algo grande, eso sí, y como el paraguas parecía perdido, lo cogió, y se alegró
de aquel hallazgo, porque en aquel momento comenzó a llover fuerte. Jacinto
abrió el paraguas, y este, abriéndose y cerrándose, se tragó a Jacinto.
Abierto, el paraguas corrió por el aire a posarse en la era de la casa de
Jacinto, junto al pajar. Jacinto, perdido no se sabe dónde, dentro del
paraguas, gritaba por la boca del puño, que aún no le naciera barba en el
mentón. Acudieron la mujer, los cuñados, los suegros, los vecinos.
-¡Soy Jacinto, María! -le gritaba
a la mujer.
Esta no sabía qué hacer. La voz
era la de Jacinto. Por si valía de algo, la mujer se plantó ante el paraguas,
que se mantenía abierto en el aire.
-¡Si eres Jacinto Onega Ribas,
casado con Manuela García Verdes, da una prueba!
Y fue entonces cuando Jacinto,
por vez primera, sacó la lengua.
-¡La misma! -dijo la mujer, que
digo yo que la conocería.
En verdad, Jacinto tenía una
lengua muy larga, que le revertía de la boca cuando estaba distraído, y que le
valiera muchos arrestos cuando hizo el servicio militar en Zamora 8, en Lugo. Y
ahora, desde que era paraguas, o habitaba el paraguas, aún le creciera más con
el ejercicio que hacía sacándola para decir que estaba allí, y con las caricias
que hacía a los parientes, e incluso a las vacas, de las que se alimentaba
directamente, mamando sabroso.
-¿Por qué no anda con él por las
ferias? -preguntó Guerreiro, que ya estaba pesaroso de haber echado una peseta
en la boina del cuñado de Jacinto.
-No quiere mi hermana, que hasta
duerme con el paraguas. ¡Después de todo es su marido!
El cuñado de Jacinto dijo que iba
a hacer un descanso, y se despidió de Guerreiro, quien siguió camino. Los dos
cuñados quedaban hablando. El paraguas debía decir algo que al otro no le
gustaba, que el pequeño del bigote le dio una bofetada. El paraguas gritó algo
que Guerreiro no pudo entender. La discusión prosiguió, y Guerreiro apuró el
paso, no fuera a verse metido en un lío. Llovía en aquel alto de Arís, en la
banda del Arneiro oscuro. Guerreiro, antes de iniciar el descenso a Lombadas,
se subió a una roca, y vio cómo el hombre del paraguas abría este, con bastante
esfuerzo, y se metía debajo. El paraguas comenzó a volar sobre las ginestas en
flor. Volaba contra viento, llevando al cuñado montado en la caña. Guerreiro no
se pudo contener y gritó con todas sus fuerzas:
-¡Señor Jacinto!
Algo rojo lució en el puño del
paraguas, por entre las piernas del cuñado de Jacinto. Era la lengua, sin duda.
Luego Jacinto pegó un gran salto, y siguió viaje. Según Guerreiro hacia
Guitiriz o La Coruña.
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