Si me tocaras el corazón
Si me tocaras el corazón – (Isabel
Allende)
Corto de café: La dulce Hortensia.
Cuentos
de Eva Luna
“Amadeo
Peralta se crio en la pandilla de su padre y llegó a ser un matón, como todos
los hombres de su familia. Su padre opinaba que los estudios son para
maricones, no se requieren libros para triunfar en la vida, sino cojones y
astucia, decía, por eso formó a sus hijos en la rudeza”.
Introductio:
A estas alturas de la vida (literariamente
hablando) no vamos a descubrir a Isabel Allende, autora entre otros muchos
títulos de “Cuentos de Eva Luna”, de donde hemos sacado el relato que
vamos a reseñar hoy, “Si me tocaras el corazón”, conociendo al cacique
de turno, al señor y truhan, un tal Amadeo Peralta, temido y respetado al mismo
tiempo por todos aquellos que le conocen, que no son pocos. Un hombre que desde
muy joven fue educado por su padre a imponer su autoridad costase lo que
costase, porque el fin siempre justifica los medios.
Argumentum:
Un relato brutal lleno de violencia, representado
en una joven inocente llamada Hortensia, un ser frágil, cándido e ingenuo, que
conoce (maldito sea ese día) a un hombre que hereda la violencia paterna para
practicarla en aquellos que le rodean, mediante un autoritarismo que practica
de forma inimaginable, pero que con el tiempo se vuelve contra él.
Un
poder repartido con brutalidad, en especial con los más débiles (como sucede en
todos los cobardes, o en aquellos que se escudan en su posición), algo que le
hace crecer día a día, con mucho beneficio propio, hasta el punto que, entre
más ascendía más esclava y sumisa era Hortensia, hasta el punto de quedar
encerrada durante años, pero al final todo la vuelta, todo se vuelve contra el
vil Amadeo Peralta, y es la pobre Hortensia, ya en su vejez quien acompaña con
su salterio de madera rubia a un hombre que ya en la cárcel paga sus culpas,
de las cuales no se cree culpable -como
suele suceder en estos casos-, unas culpas que vive en la más
absoluta de las miserias.
“Encogido al otro lado de los muros, Amadeo Peralta
escuchaba ese sonido que parecía provenir del fondo de la tierra y que le
atravesaba los nervios. Ese reproche cotidiano debía significar algo, pero no
podía recordar. A veces sentía unos ramalazos de culpa, pero enseguida le
fallaba la memoria y las imágenes del pasado desaparecían en una niebla densa.
No sabía por qué estaba en esa tumba y poco a poco olvidó también el mundo de
la luz, abandonándose a la desdicha”.





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