El fantasma de Treviño
El
fantasma de Treviño – (Ignacio Aldecoa)
Corto de café: Un fantasma muy vivo…
El regreso de
la mujer fantasma
“Treviño
limita: al Norte, con el asfalto, la erre y la zeta; al Sur, con el verano, los
tiros sueltos de las escopetas y las canciones obscenas; al Este, con el rumor
azul de las esquilas y un sol taladrado de cuervos; al Oeste, con la primera
manzana amarga y el primer sapito de San Juan”.
El
condado de Treviño debido a la orografía del lugar, junto a su etnografía da
lugar a cierto tipo de historias y de leyendas, misterios sin resolver que
apasionan a más de uno, sin necesidad de ver ningún programa televisivo, líder
de audiencias en su hora de emisión. Épocas atrás, en otros tiempos no muy
lejanos, cuando reinaba la ignorancia junto con la superstición, daban lugar a
ciertas historias, como es el caso de la entrada de hoy, a cargo de uno de los
mayores cuentistas de este país.
‘La
Brígida’ era un personaje muy particular, ‘pues llevaba los años como los
piojos, pobre y nunca honrada, fea sin consolación’, hasta se rio de su sombra
cuando tuvo ocasión, se pasaba todo el día en el juzgado, y fue querindonga de
algún truhan, que le pegaba unos mandobles para contarle después los
cardenales. Dicen según los testigos oculares, que murió ahogada en un breve
caudal, y que finalmente fue enterrada, pero bien enterrada…
Un
día cualquiera del año, ven entrar en el pueblo a un fantasmagórico personaje,
apoyado en un viejo bastón, balbuceando los pasos, alterando a todo el
vecindario con su presencia, que no daba pasmo a lo que estaba viendo. Era ‘La
Brígida’ en persona, algo que era imposible, al no ser que viniera del
recóndito más allá, surgiendo un alboroto de narices.
Entre
el cura del pueblo, la guardia civil y los allí presentes, intentan resolver
semejante entuerto, siendo la misma Brígida la encargada de resolver
semejante embrollo, dando una solución al problema. Al tener dificultades para
expresarse oralmente, intenta entenderse por señas con los incrédulos vecinos,
que con tanta insistencia la miraban, señalando en esos instantes a un carro
que iba tirado por un par de hermosos bueyes, ambos iguales, idénticos,
respondiendo de golpe y porrazo a todas las preguntas con las cuales le estaban
fusilando, descendiendo de esta manera ‘el espíritu santo’ a la
aldea, hasta que por fin lo comprendieron todo, los bueyes eran la solución, la
Brígida y la presente, ¡eran gemelas!
“Un carro
tirado por bueyes se acercaba cansino; el mozo conductor iba delante, la vara
sobre el hombro, la boina ladeada, mascando un yerbajo y con una colilla pegada
al labio inferior; de vez en vez, repetía las palabras rituales de la marcha:
aidá, aidá, pinchando en los lomos de la pareja. Cuando la fantasma lo vio, se
fue abriendo paso tirando de la sotana del cura, y lo llevó hasta la altura del
carro. Señaló los bueyes, rojos los dos, al parecer iguales, mostró de nuevo
sus manos, y emitió un sonido que, de no estar en el ajo, era imposible
traducir por hermana”.
Post scriptum:
Aldecoa
hace unas finísimas descripciones de sus personajes, mostrándose un hábil
observador del mundo que le rodea, al igual que un amplio sentido del humor y,
sobre todo, descubriéndose como un gran cuentista,
en especial con este relato, donde creo, en mi humilde opinión que en este país
que nos vio nacer hay grandes maestros dentro del género, siendo bastante
difícil hacerse un hueco, como el
cascarrabias de Baroja, don Wenceslao Fernández Flórez y, finalmente, un tal
Valle-Inclán, muy conocido por todos, tanto para bien, como para mal, todos
ellos unos fuera de serie, pongas el libro como lo pongas, tanto si estás
leyendo al derechas o del revés.
Creo
que no será la última vez que don Ignacio salga por estas líneas, esas que
componen la silenciosa bitácora que nadie lee, en unos cortos de café que
siempre tenemos que tomar a pequeños sorbos.
Comentarios
Publicar un comentario