El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes
“Mika
fue el único motivo por el que nos sentimos una familia durante varios años y
no nos destrozamos como los perros rabiosos que éramos”.
Hablar
mal de una madre es una blasfemia. Desde el principio del libro hasta el final
del mismo ninguno de los personajes que van apareciendo entre línea y línea
están bien, no dejan títere con cabeza, y todos, absolutamente todos están
‘averiados’, eso sí, siempre aderezado con algunos adjetivos descalificativos
de rigor. Al final, la historia tiene un porqué del sinsentido que parece la
lectura, pero no lo es, y donde todo confluye en teoría en ese invendible cuadro
pintado por el protagonista, titulado ‘El
festín del diablo y de una mujer calva’, pintura que cambiaría por completo
la vida de nuestro protagonista, y que puede tener múltiples interpretaciones,
como el libro. Finalmente, la imagen de esa madre, que a medida que se va
deteriorando por culpa del maldito cáncer, el hijo, que en principio le
maldecía, la ve cada día más bella.
Una familia de ‘jajá’ como todo lo que les rodea
siempre, que durante el tiempo que duran sus vacaciones siempre se atiborran de
salchichas caducadas y cervezas, -debían
de tener el colesterol por las nubes-. La pintura como escape o forma de
expresar o exteriorizar la locura que impregna su maltrecho espíritu,
coloreando y dando forma, para ver el verdadero significado de los trastornos
desintegrativos de la mente, y por fin, cuando la muerte te abraza, se acerca
para darte el definitivo beso, reconocer como es y hasta dónde puede llegar el
amor de una madre, pero sobre todo, saber perdonar, saber perdonar a tiempo.
‘¿Por qué tú y Mika tenéis los ojos verdes y yo los tengo azules?’
Escribir
para olvidar, para sacar al interior los recuerdos de la muerte de la madre, que
se fue al otro mundo en unas terribles circunstancias, pero esto muchas veces
puede resultar contraproducente, sobre todo si quien te aconseja es un
siquiatra gilipollas, doctorado en miles de chorradas sobre problemas de la
cabeza, con un despacho de diseño, en el centro de una gran ciudad, en esas
grandes capitales que molan un huevo y que están en la boca de todos, y que
para colmo cobra 235 euros a la hora en dos sesiones a la semana, -hay que joderse-.
“Mis garabatos formaban parte de la
terapia que tenían que liberarme de las pesadillas ligadas a la muerte de mi
madre, pero no solo no me liberaron, sino que, por el contrario, me las
inflamaron como unos lentes al sol”.
Post
Scriptum:
El libro se puede dividir en tres
partes. La primera es donde nos muestra como es la relación entre ambos. En
ella describe a la madre con un montón de calificativos despreciativos, al cual
peor, incluso con un lenguaje que llega a ser soez.
‘Es posible olvidar los colores, las
palabras no’
La segunda son esas maravillosas
vacaciones, las últimas para ambos, -estando
juntos- donde por fin conoce de verdad a su madre. Finalmente hacen las
paces, y como comenté anteriormente (no quiero ser pesado en este asunto),
observa la personalidad y la forma de ser de la persona que le trajo al mundo,
y el deterioro físico que la invade es debido a la penosa enfermedad que
padece, -puto cáncer- que cada día le
hace más bella y hermosa a los ojos del hijo, que de vez en cuando, solo muy de
vez en cuando recupera el llamado juicio y la cordura, más aún, es el momento
en que ambos se cogen cariño y confianza, diciéndose las cosas a la cara,
consiguiendo por fin la paz…
‘Mika,
rika, pika
Pika,
Mika, rika
La
tercera y última podemos decir que es todo aquello que le acontece al hijo en
compañía de la madre hasta que ella fallece, también lo que sucede después. El
éxito como pintor, el matrimonio y luego el posterior fracaso con Moira, la
mujer de su vida, el fatal accidente que le truncó para siempre, amargándole
más aún la existencia, dejándole una fatal minusvalía, y lo que es peor las
consecuencias y limitaciones de la misma, y quizás volviéndole más loco de lo
que estaba, vamos, encontrar la llamada ‘quinta
esquina de la vida’ pero para mal. Conocer de veras como era en realidad la
abuela, que finalmente le cuenta uno de los grandes secretos que envuelve su
vida, y de la extraña y fatal familia a la cual pertenece, desconocido misterio
que le quedaba por conocer, parte de las desgracias que lo han envuelto a lo
largo de la existencia, llena de paranoias y sicopatías, repleta de medicinas,
de esas pastillas azules, los famosos ‘pentágonos’,
que alivian por momentos, sin olvidarnos tampoco de esos oscuros siquiátricos, -menuda mierda-, ahora sabía por qué él era diferente al resto de congéneres.
“Vivía del pasado, así como los pobres
viven del pan seco”
Esta rara y loca familia polaca,
emigrada a Inglaterra supongo que en busca de mejores oportunidades, nos ha
llamado poderosamente la atención. Hemos pasado un maravilloso –loco- verano en compañía de madre e
hijo, pero no en Francia, sino en Wiosna, la pequeña estrella que forma parte
de la Osa Mayor que un día la madre compró a Pavel, el amor imposible de una
mujer, que desde los comienzos del matrimonio vio que este iba a ser un
verdadero fracaso.
‘La casa siempre tenía los postigos
verdes’
Solo me queda una duda, una gran
duda por resolver. ¿Qué le pasó en realidad a Mika? No sabemos si se accidentó,
se mató o… quizás la mataron. Eso será algo que me reconcomerá por unos días.
Me queda algo en el tintero para
rematar esta entrada llena de locura. El final, porque el final, sí que podemos decir que es ‘el final’, ahí quizás sea el lugar donde muchas cuestiones
realizadas a lo largo de la lectura se resuelven. Tiro por tanto la piedra y
escondo la mano.
Sobre
la autora:
Dicen
que Tatiana Tibuleac tiene que
controlar la temperatura de su poética. ¿? Yo creo que no es cierto que tiene
un lenguaje fresco y entendible para todos los públicos, para meter una buena
patada en el culo a todos aquellos que presumen de finolis y lecturas cultas, que llama al pan, pan y al vino, vino.
Ella se expresa como se lo mandan y piden tanto los personajes como la
historia, no todo va a ser eso de ‘que
bonito es el amor y florecillas en el estómago’, también palabras como
culo, mierda, joder u hostia pueden formar parte del vocabulario de una buena
novela. Usa un vocabulario que va desde el cabreo monumental que tiene Aleksey
al comienzo del libro, despotricando en todo momento contra la madre y contra
el mundo, hasta el final, hasta esa última página que hemos exprimido sacando
el máximo provecho posible, donde llega la redención y reconciliación entre
ambos.
Club de Lectura Gijón-Sur
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