La apuesta del esparelló
La
apuesta del esparelló – (Blasco Ibáñez)
Corto de café: Entre peces anda el juego
Un pez pequeño se come al grande
Cuentos valencianos (4):
“La oí
una tarde de invierno, tumbado en la arena, junto a una barca vieja, sintiendo
en los pies los últimos estremecimientos de la inmensa sábana de agua que
espumaba colérica bajo un cielo frío, ceniciento y entoldado”.
Volvemos
a tierras valencianas para que don Vicente nos haga de guía turístico por medio
de sus cuentos, donde nos llevará a una zona de pescadores llamada Nazaret,
donde un viejo marinero de costa contará al narrador de la historia un relato
relacionado con la pesca, un cuento que aunque parezca mentira, puede ser muy
real, tanto como la vida misma, casi podría ser una fábula, una lucha entre la
inteligencia y la fuerza.
Una
apuesta entre dos habitantes del mar valenciano, un pequeño esparelló,
contra una auténtica mula de carga marítima, un gigantesco y orgulloso reig
(corvina) que todo lo puede, un mandamás de los mares que no le teme a nadie,
incluso a los pescadores que puedan acabar con su vida.
“Quita allá, bicho
ruin. Lo que vale es ser grande como yo, con más fuerzas que un caballo y capaz
de llevarse por delante de un empujón todas las redes de esos pelagatos”.
Cuando
uno se envalentona, se fía de sí mismo y de sus posibilidades, no teniendo en
cuenta a tu contrario (por muy mínimo que sea), apuestas el alma al diablo sin
pensar que pudieras perder, porque tu adversario puede tener unas armas mucho
más poderosas que las tuyas.
“Hagamos una
apuesta: a ver quien llega antes al cabo de San Antonio. Apostaremos…, ¡vaya!,
ya está. Si yo llego antes, te dejarás comer en castigo a tu fanfarronería, y
si quedo rezagado, te protegeré siempre y seré tu siervo”.
Visto
lo visto el esparelló no tuvo más remedio que utilizar una sutil treta, como
fue esconderse dentro de las agallas del bicho marítimo, que a todo momento no
dejaba de escuchar la vocecita del esparelló, pensando que no lo había perdido
de vista. Cuando llegaron al punto convenido como final de la carrera, el fondo
del mar se encontraba bastante revuelto, y el pez pequeño aprovechó la ocasión,
de un salto se puso delante de la “mula torda de los mares”, que
jadeante por el esfuerzo tan solo pudo escuchar la frase: “Yo, primero”.
“El muy granuja
acababa de saltar desde el interior de la agalla y se pavoneaba ante el hocico
del cansado reig, como si hubiera llegado mucho antes”.
La
palabra siempre es la palabra y, con trampa o sin trampa, no tuvo más remedio
que aceptar la derrota, siendo el criado del esparelló para toda la
vida. Todo esto sucedió en los tiempos en que los peces podían hablar, pero de
eso hace ya mucho tiempo, y sería parte de otra historia, que ahora no es el
momento de contar aquí, en esta silenciosa bitácora que nadie lee.
Por
tanto, una vez aprendida tal singular lección (muy importante) hay un asunto
que nunca debemos de olvidar, que… “en este lisonjero mundo puede más el listo
y astuto que el fuerte, que todo lo fía al corazón y a la acometividad”.
Feliz tarde de pesca, amigos.
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