Solo para fumadores
Solo para fumadores – (Julio R. Ribeyro)
Corto
de café: Un último cigarrillo por favor.
¿Está permitido fumar?
“Sin haber sido un fumador precoz, a
partir de cierto momento mi historia se confunde con la historia de mis
cigarrillos. De mi periodo de aprendizaje no guardo un recuerdo muy claro,
salvo del primer cigarrillo que fumé, a los catorce o quince años. Era un
pitillo rubio, marca Derby, que me invitó un condiscípulo a la salida del
colegio. Lo encendí muy asustado, a la sombra de una morera y después de echar
unas cuantas pitadas me sentí tan mal que estuve vomitando toda la tarde y me
juré no repetir la experiencia”.
Introductio:
Dicen que el
tres es un número mágico, de ahí viene por ejemplo la santísima trinidad de la música
clásica, (Bach, Beethoven y Brahms), el triángulo perfecto (Borges, el papa
Francisco y Maradona, el dios más humano), el trimurti hindú (Brahma, Visnú y Shiva),
pero si queremos rizar el rizo nos queda por decir otra tríada importante que
no queremos pasar por alto, los tres mejores cuentistas de la literatura latinoamericana, Borges -siempre
omnipresente-, Cortázar y el protagonista de la entrada de hoy, Julio R.
Ribeyro, un auténtico cuentista, y no porque viva del cuento, alguien capaz de
hacer magia sabiendo colocar una letra detrás de otra, eso sí, siempre
acompañado de un bien cigarrillo para echarse a la boca.
Argumentum:
Que nadie se
equivoque, en ‘Solo para fumadores’ el lector no se va a encontrar con un
texto que ayude a dejar de lado el hábito del tabaquismo, todo lo contrario, es
una loa, una verdadera elegía a la costumbre de fumar un cigarrillo tras otro
(un gran placer para el autor), a la rutina que va muy unida de fumar y
escribir, un tándem imposible de separar, de diluir, donde las volutas de ese
humo bailarín creadas por la acción de fumar, te sirven de inspiración para
plasmar en el papel esa idea que ronda por la cabeza.
“Era vergonzoso sacar del
bolsillo uno de estos cucuruchos. Yo siempre tenía una cajetilla vacía en la
que metía los cigarrillos comprados al menudeo”.
El autor
muestra una total empatía con aquellos que como él han repleto de colillas miles
de ceniceros alrededor de todo el mundo, que han hecho lo indecible para
conseguir la ansiada cajetilla de tabaco, para poder continuar fumando por
siempre, pese a quien pese, disfrutando de su hábito hasta la última calada,
porque el cigarrillo ocupa un papel importante en sus vidas, y esto lo hace,
explica y escribe sin ningún tipo de tapujos ni complejos, ya que él es un fumador
empedernido (a mucha honra).
Ultílogo:
Una relación con la nicotina que le
llevó a la muerte, porque fumó lo que quiso y más, hasta el punto de cometer
locuras, sin importarle haber estado al borde de la muerte. Sin ningún tipo de
censura relata (desgrana) esta unión llena de maravillosos sinsabores, como el
acto de escribir, algo que a pesar de todo no puedes abandonar, por muy letraherido
que seas.
Los
prohibicionistas, ni se molesten en protestar, ya que pueden abrir la puerta y
salir corriendo escaleras abajo. Yo no fumo, pero al leer, mejor dicho, después
de haber terminado este relato de poco más de ochenta páginas llenas de
ingenio, sincera y cruda realidad tengo que decir que, no me hubiera importado
para nada ser fumador. Ribeyro no se escuda tras ninguna máscara, se muestra
tal como es, sin ningún tipo de tapujos o tras medias verdades, no esconde sus vergüenzas
fumadoras, y eso es de admirar, ya que él es un hombre pegado, unido a un
cigarrillo.
"Un cigarrillo es el perfecto
ejemplo del placer perfecto. Resulta exquisito y te deja insatisfecho. ¿Qué
más se puede pedir?"
(Oscar Wilde)
Allá arriba
en el cielo de los libros y los escritos (por muy imperfectos que sean), espero
que haya una esquina llena de humo, tras ella un hombre apellidado Ribeyro
disfrutando plácidamente de su hábito, sin que le delate ningún ángel chivato,
y escribiendo una historia detrás de otra para deleite del personal, que se
aburre un poquito de vagar por las nubes una eternidad sí y la otra también.
¡Ay mísero de mí, ay infeliz! Yo pensaba que mi
relación con el tabaco estaba definitivamente concertada y que en adelante mi
vida transcurriría en la amable, fácil, fidelísima y hasta entonces inocua
compañía del Lucky. No sabía qué me iba a ir del Perú y que me esperaba una
existencia errante en la cual el cigarrillo, su privación o su abundancia,
jalonarían mis días de gratificaciones y desastres.
Comentarios
Publicar un comentario