El tratado naval




El tratado naval – (Arthur Conan Doyle)

 


Corto de café: Una cuestión de estado.

 


Alta traición

 


El primer mes de julio después de mi matrimonio se hizo memorable por tres casos interesantes en los que yo tuve la suerte de estar asociado con Sherlock Holmes y de estudiar sus métodos. Los encuentro registrados en mis notas bajo los encabezamientos de ‘La aventura de la segunda mancha’, ‘La aventura del Tratado Naval’ y ‘La aventura del capitán cansado’. 

 

   De vez en cuando suelo retornar a esas lecturas del pasado, donde algunas de ellas formaron parte de mis  primeros deletreos de antaño (niñez), con antiguos héroes -unos en zapatillas y otros en pipa- que ahora, debido al paso del tiempo no lo son tanto, así es la vida, animándome con una aventura (elegida al azar) del inolvidable Sherlock Holmes, que en los tiempos remotos perdidos en la memoria me atrajo bastante, y que ahora me ha parecido simplona, digo lo de ‘simplona’ por que el relato en sí está bastante pelado (insulso), atreviéndome a decir que le falta carácter y creo, muy para los adentros que el señor Conan Doyle estaba un poco harto del personaje, y que por cuestiones editoriales no tenía más remedio que seguir alargándolo en el tiempo, y eso cansa, con un Sherlock algo desordenado, que se dedica a filosofar sobre la vida, mostrando ese mundo tan complejo en el que vive, un mundo hecho para sí mismo, donde cabe cualquier tipo de pensamiento.

“El crimen más difícil de rastrear es el que carece de móviles. Pero este de ahora no carece de ellos”.

   Una aventura que pasará sin pena ni gloria, por mucho que el fiel Watson diga al principio de este relato que el caso en sí resultó bastante interesante, porque de memorable tiene poco, en ese sentido el facultativo amigo del famoso detective, nos miente bastante, ya que la desaparición de un importante tratado puede traer complicaciones al gobierno británico, y la erudita mente de nuestro investigador (el más famoso de todos los tiempos), resolverá el enigma como si tal cosa, moviendo las células grises de su portentoso cerebro, con un pequeñito problema (incidente/enfrentamiento) que aquí no voy a contar, pero como suele suceder en todas las aventuras, siempre se convierten en peccata minuta, porque siempre sigue las mismas pautas.

“Todo lo contrario, mi experiencia me enseña que cuando anda despistado lo dice. Cuando se muestra de veras taciturno es cuando sigue un husmillo (1) y no está absolutamente seguro de que es el verdadero. Pero bueno, querido compañero, nosotros no arreglaremos el problema con nuestro nerviosismo. Te suplico, pues, que te acuestes, para que el día de mañana te encuentre de buen temple, traiga para nosotros lo que traiga”.

 

(1) Aunque las traducciones e impresiones editoriales, sean malas, antiguas o estén mal realizadas (algunas en desuso), siempre prefiero y me gusta mantener el original de las mismas, porque si no perderían el valor que han guardado con el paso de los años.


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