La costa

 



La costa – (Ray Bradbury)


 

Corto de café: Una pequeña lección de historia marciana.


 

Recordando los principios

 

   Este corto relato que forma parte de 'Crónicas marcianas' nos muestra como fue el proceso de colonización del famoso planeta rojo, por parte de esta deshumanizada humanidad a la cual pertenecemos. Los primeros colonos, los pioneros en pisar ese ansiado planeta mediante oleadas (en imitación al viejo oeste) quisieron conquistar el mundo de color rojizo, el cuarto de nuestro sistema solar como una bandada de toros en febril desbandada, como un elefante en una cacharrería, matizando una cosa -según nos comenta el amigo Bradbury, que barría para casa-, los únicos que se han acercado hasta esas lejanas tierras fueron los estadounidenses. A continuación transcribimos desde esta silenciosa bitácora, que esperamos sigas leyendo este cuento fantástico por parte del maestro, aunque me parece un poco débil, sin fuerza alguna, sin sustancia si lo comparamos con el resto de relatos que tanto nos han atrapado (y lo seguirán haciendo), pero cualquiera de nosotros siempre podemos cometer algún que otro borrón.

 

 

Marte era una costa distante y los hombres cayeron en olas sobre ella. Cada ola era distinta y cada ola más fuerte. La primera ola trajo consigo a hombres acostumbrados a los espacios, el frío y la soledad; cazadores de lobos y pastores de ganado, flacos, con rostros descarnados por los años, ojos como cabezas de clavos y manos codiciosas y ásperas como guantes viejos. Marte no pudo contra ellos, pues venían de llanuras y praderas tan inmensas como los campos marcianos. Llegaron, poblaron el desierto y animaron a los que querían seguirlos. Pusieron cristales en los marcos vacíos de las ventanas, y luces detrás de los cristales.

Esos fueron los primeros hombres.

Nadie ignoraba quiénes serían las primeras mujeres.

Los segundos hombres debieran de haber salido de otros países, con otros idiomas y otras ideas. Pero los cohetes eran norteamericanos y los hombres eran norteamericanos y siguieron siéndolo, mientras Europa, Asia, Sudamérica y Australia contemplaban aquellos fuegos de artificio que los dejaban atrás. Casi todos los países estaban hundidos en la guerra o en la idea de la guerra.

Los segundos hombres fueron, pues, también estadounidenses. Salieron de las viviendas colectivas y de los trenes subterráneos, y después de toda una vida de hacinamiento en los tubos, latas y cajas de Nueva York, hallaron paz y tranquilidad junto a los hombres de las regiones áridas, acostumbrados al silencio.

Y entre estos segundos hombres había algunos que tenían un brillo raro en los ojos y parecían encaminarse hacia Dios…

 

 

Comunico y divulgo.



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