La isla de la muerte
La isla de la muerte – (Rubén Darío)
Corto
de café: En un lejano lugar donde reina el silencio…
Ensueño
“Es mejor haber amado y perdido que
nunca haber amado en absoluto”.
(Alfred Tennyson)
El hombre de
las emociones a flor de piel nos deja este cuento, un poeta que siempre
resucita, que siempre está ahí, por mucho tiempo que pase, nunca ha muerto -ni
morirá-, y creo que nunca desaparecerá. No importan las corrientes de aire, ya
que céfiro nunca se lo llevará hacia ese viaje sin retorno, del cual no
conocemos el destino. La isla siempre ha simbolizado la autonomía y la
autosuficiencia, también lo contrario, segregación y confinamiento, pero la
ínsula del amor es complicada, trayendo mucho dolor a quien la sufre.
Tennyson al
igual que Darío son y serán dos grandes románticos, como Roberto Carlos, el
famoso cantante brasileño, ya que las cartas de amor, el beso embrujado, mandar
flores y sufrir por el ser amado, nunca pasan de moda.
¿En qué país de Ensueño, en qué fúnebre país de Ensueño está la isla Somoria? Es en un lejano lugar donde reina el silencio. El agua no tiene una sola voz en su cristal ni el viento en sus leves soplos, ni los negros árboles mortuorios, que semejan, agrupados y silenciosos, monjes fantasmas.
Cavadas en las volcánicas rocas,
mordidas y rajadas por el tiempo, se ven, a modo de nichos obscuros, las bocas
de las criptas, en donde bajo el misterioso y taciturno cielo duermen los
muertos. La lámina especular de abajo refleja los muros de ese solitario
palacio de lo desconocido.
Se acerca en su barca de duelo un
mudo enterrador, como en el poema de Tennyson. ¿Qué pálida Princesa difunta es
conducida a la isla de la Muerte? ¿Qué Elena, qué Ofelia, qué adorada Yolanda?
¡Cuánto suave en tono menor, cuánto de vaga melodía y de desolación profunda!
Acaso el silencio fuese interrumpido por un errante sollozo, por un suspiro,
acaso una visión envuelta en un velo como de nieve ….
Allí es donde comienza la posesión de Psiquis; en esa negrura en donde verás quizá brotar, pobre soñador, de la obscura larva las alas esplendorosas de Hipsila. ¡Oh Boeklin! Va la reina Betsabé, pálida. Va también con un manto de duelo la esposa de Mausoleo, que pone cenizas en el vino. Va Venus, sobre su concha tirada por blancas palomas, por ver si vaga gimiendo la sombra de Adonis. Va la tropa imperial de las soberbias porfirogénitas que amaron el Amor al mismo tiempo que la muerte. Y va en un esquife divino, con un arcángel por timonel, la Virgen María, herido el pecho por siete puñales.
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