Visita al infierno
Visita al infierno – (Anónimo)
Minicuentos
(28): Ida y vuelta a lo más profundo de los avernos.
El conde Ludwig
Hay visitas memorables, viajes que uno quiere realizar y permanecen imborrables para siempre en nuestros recuerdos, siendo imposibles de olvidar. Sin embargo hay otros que nunca se borran, y no es por lo bien que nos lo hemos pasado, es por todo lo contrario, es difícil de hacerlo porque aquello que hemos vivido, por muy absurdo, quimérico y extraño (terrorífico) que parezca queda grabado a fuego en nuestra cabeza, no se irá nunca, acompañándonos más allá de la muerte.
Toda esta
introducción viene a cuento por el relato de hoy, algo que tiene que ver con
los “viajes”, los recuerdos y las decisiones de aquellos seres queridos que
mantenemos en el recuerdo, y que están o se encuentran en esa puerta que
traspasamos cuando morimos, y que tanta inquietud trae para algunos…
Esta corta
historia puede resultar un poco (bastante) ñoña, pero tener en cuenta que fue
recopilada por un tal Caesarius allá por le lejano S.XIII, donde los monjes
blancos, dígase cistercienses estaban en pleno apogeo.
El conde Ludwig Jr. prometió una casa
a quien le dijera la verdad sobre el alma de su padre. Esto llegó a oídos de un
caballero pobre, muy versado en las artes negras, quien evocó a un espíritu del
mal y lo conjuró a decir dónde reposaba el alma del conde Ludwig. El demonio le
juró al caballero, por el Supremo y por su terrible juicio, que lo llevaría al
sitio y lo regresaría sano y salvo. Ya en el infierno, vio lugares horrorosos y
castigos de todo tipo. Llegaron hasta donde un terrible diablo que estaba sentado
sobre un agujero. Por petición de su guía, aquel quitó la tapa ardiente,
introdujo una trompeta de bronce y la tocó con tanta fuerza, que al caballero
le pareció que se estremecía todo el universo. Al rato, el abismo escupió
llamas de azufre y, junto con las chispas, se elevó el conde. Entonces, el
caballero le dijo:
—Tu hijo quiere saber sobre tu estado
y si te puede ayudar de algún modo.
Ludwig dijo que su estado era
evidente, pero que podían ser mitigados los tormentos de su alma si su hijo
devolvía tales y cuales propiedades, de las que él se había apropiado
injustamente. Como el caballero le indicara que el conde no se lo creería, Ludwig
le dio una seña que solo conocían él y su hijo. Luego, se hundió en el abismo
ante los ojos del caballero, a quien el diablo llevó de vuelta. No perdió la
vida, pero estaba tan pálido y debilitado que apenas se le reconocía. Unos días
después, transmitió al hijo las palabras del padre, pero de poco le sirvió al
condenado, pues aquel no quería entregar las propiedades.
—Reconozco las señales y no dudo de
que hayas visto a mi padre. No se te privará de la recompensa prometida.
—Conserva tu casa —dijo el
caballero—. De ahora en adelante solo pensaré en la salvación de mi alma.
Se despojó de todo y se convirtió en
monje cisterciense.
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