El guardavía

 


El guardavía – (Charles Dickens)

 

Corto de café: Una visita a la vía del tren.

 

The signal man

 

Relectura:

 

“-¡Eh, oiga! ¡Ahí abajo!

Cuando oyó la voz que así lo llamaba se encontraba de pie en la puerta de su caseta, empuñando una bandera, enrollada a un corto palo. Cualquiera hubiera pensado, teniendo en cuenta la naturaleza del terreno, que no cabía duda alguna sobre la procedencia de la voz; pero en lugar de mirar hacia arriba, hacia donde yo me encontraba, sobre un escarpado terraplén situado casi directamente encima de su cabeza, el hombre se volvió y miró hacia la vía”. 

 

  Hay trabajos solitarios, trabajos que te pueden desquiciar los nervios y finalmente otros que son metódicos y aburridos, que se realizan en la más completa penumbra, sin importar que sea de día o de noche, como es el caso del protagonista de hoy, un señalero ferroviario que empieza a ver cosas extrañas en las cercanías de su caseta, unas visiones tan, tan extrañas que, en ocasiones duda de si está en realidad mal de la cabeza o, tan solo son visiones originadas por un exceso de imaginación producto de su soledad, una mala pasada que le está originando ese trabajo, apartado de la mano de Dios.

   Nos encontramos ante un relato, un corto de café, donde la intriga y el suspense está por encima de todas las cosas, y no veo por ningún lado el miedo, siempre desde el punto de vista del lector, pero si yo fuera el señalero, seguro que me moriría de miedo al vivir y sentir tales experiencias y, no me estoy contradiciendo con estas últimas letras que acabo de escribir, pero es así.

  Es una narración que según va discurriendo la historia quieres encontrar diferentes explicaciones a lo que va contando el pobre guardavía sobre el espectro que se le aparece en varias ocasiones sobre la vía y, en la boca del túnel que está cercana a su garita de vigilancia, sin que se de cuenta que las fantasmagóricas apariciones le están alertando sobre un peligro inminente, cercano sobre su persona, pero que él no logra adivinar.




-Una noche de luna -dijo el hombre-, estaba sentado aquí cuando oí una voz que gritaba «¡Eh, oiga! ¡Ahí abajo!». Me sobresalté, miré desde esa puerta y vi a esa persona de pie junto a la luz roja cerca del túnel, agitando el brazo como acabo de mostrarle. La voz sonaba ronca de tanto gritar y repetía «¡Cuidado! ¡Cuidado!» y de nuevo «¡Eh, oiga! ¡Ahí abajo! ¡Cuidado!». Cogí el farol, lo puse en rojo y corrí hacia la figura gritando «¿Qué pasa? ¿Qué ha ocurrido? ¿Dónde?». Estaba justo a la salida de la boca del túnel. Estaba tan cerca de él que me extrañó que continuase con la mano sobre los ojos. Me aproximé aún más y tenía ya la mano extendida para tirarle de la manga cuando desapareció.

 

  Intuiciones y premoniciones a las que nunca hacemos caso y de esas situaciones, por muy extrañas que parezcan hemos tenido unas cuántas en la vida, ese sexto sentido que siempre nos avisa de algo, sobre una “cosa”, sobre un “algo” que nos puede suceder, manteniéndonos en alerta.

   Este relato fue publicado en el lejano año de 1866 , (ya llovió, cien años antes de que yo naciera) y se hizo en una revista donde el propio autor era el editor, “All the year round”. Es una conversación entre el trabajador ferroviario y un visitante, en un expectante diálogo entre ambos, donde se intentará dar una solución a esas increíbles apariciones en la oscura y solitaria vía férrea, encontrándonos una gran tensión entre líneas, debido en gran parte a la obsesión del guardavías por su fantasmal personaje.

   Un terror psicológico escrito de puño y letra por uno de los grandes escritores victorianos del momento. Unas palabras “-¡Eh, oiga! ¡Ahí abajo!” que se repiten constantemente a cargo de la espectral aparición y que, a lo largo de la lectura nos mantendrá en vilo. Debemos de estar atentos al sonido de la campanilla del interior de la garita, un soniquete que solo el ferroviario oye, un envolvente ambiente para una mejor lectura, una lectura que irá “in crescendo”, que te angustiará por momentos.




Ultima verba:

   Dicen que los fantasmas no tuvieron cabida en la obra de Dickens, pero no es así, yo creo todo lo contrario, tan solo tenemos que dirigirnos a “Cuentos de Navidad”, donde los fantasmas campan a sus anchas, y si no que se lo pregunten al pobre de Ebenezer Scrooge, por eso comentan por ahí que “El guardavía” está considerado como el mejor cuento de fantasmas de todos los tiempos y, probablemente tengan razón.

   Este relato está basado en una historia personal del autor. El accidente de tren de Staplehurst en 1865, donde murieron varias personas, saliendo ileso del mismo, pero que le dejó bastante traumatizado. También se inspiró en otro accidente, en este caso ocurrido unos pocos años antes, en 1861 en el túnel de Clayton. Una última cosa más, sino lo has hecho aún estás a tiempo de leer o releer como fue mi caso este fantasmal relato.


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