Los nueve mil millones de nombres de Dios
Los nueve
mil millones de nombres de Dios – (Arthur C. Clarke)
Corto de café: Un viaje con destino al Tíbet.
El fin del
mundo
“-Esta es
una petición un tanto desacostumbrada -dijo el doctor Wagner, con lo que
esperaba podría ser un comentario plausible-. Que yo recuerde, es la primera
vez que alguien ha pedido una computadora de secuencia automática para un
monasterio tibetano. No me gustaría mostrarme inquisitivo, pero me cuesta
pensar que en su… ejem… establecimiento haya aplicaciones para semejante
máquina. ¿Podría explicarme qué intentan hacer con ella?”
Argumentum:
Un
monasterio tibetano perdido en las montañas contrata los servicios de una
potente supercomputadora, llamada Mark
V, capaz de hacer las operaciones matemáticas más inimaginables en muy corto
tiempo, pero en este caso le piden un pequeño cambio, tienen que permutar los
números de la misma por letras. El motivo es bien sencillo para ellos, pero
extraño para quien los escucha. Una vez modificados los circuitos de producción
se pondrán manos a la obra, para que la máquina imprima palabras y no cifras.
En
ese momento empezará la misión más importante para los lamas tibetanos, aquella
por la que han empezado tan extraño trabajo que sorprende al mundo
occidental, una labor en la cual han trabajado sin descanso durante los últimos
tres siglos, recopilar la lista que contendrá los posibles nombres de Dios, y
esta no puede superar las nueve letras de un alfabeto que ellos han ideado.
“-Por
suerte, será cosa sencilla adaptar su computadora de secuencia automática a ese
trabajo, puesto que, una vez ha sido programado adecuadamente, permutará cada
letra por turno e imprimirá el resultado. Lo que nos hubiera costado quince mil
años se podrá hacer en cien días”.
Dos
ingenieros viajan con la máquina al Tíbet para efectuar el trabajo, y todo va
transcurriendo con normalidad, pero cuando ya están llegando al final saben la
realidad del mismo. En el momento en que queden compilados “los nueve mil
millones de nombres de Dios”, el mundo tal y como lo conocemos se apagará,
terminará de un plumazo, y claro está, las dos mentes occidentales dudan que
esto sea posible, decidiendo marcharse un poco antes de que se termine de
imprimir la última hoja, que contendría el postrero último renglón con el
fatídico nombre, y al ver que este fines terrae no ocurra, les echen la
culpa de algo, marchando pies en polvorosa monte abajo por si las moscas…
“-El caso
es que ellos creen que cuando hayan hecho la lista de todos los nombres, y
admiten que hay unos nueve mil millones, Dios habrá alcanzado su objetivo. La
raza humana habrá acabado aquello para lo cual fue creada y no tendrá sentido
alguno continuar. Desde luego, la idea misma es algo así como una blasfemia”.
En
su huida comprueban una cosa cuando echan una mirada al monasterio por última
vez, jamás ocurrirá lo que están esperando, recibiendo una de las frustraciones
más grandes de su vida, reconociendo que...estaban equivocados.
Ya
de noche y llegando al fin del trayecto miraron al cielo, sorprendiéndose de lo
que veían: “La rápida noche de las alturas del Himalaya casi se les echaba
encima. Afortunadamente, el camino era muy bueno, como la mayoría de los de la
región, y ellos iban equipados con linternas. No había el más ligero peligro:
solo cierta incomodidad causada por el intenso frío. El cielo estaba
perfectamente despejado e iluminado por las familiares y amistosas estrellas”.
Pero
en un determinado momento llegó el instante de resolver una gran cuestión y se
dieron cuenta de que algo estaba ocurriendo.
-Mira
-susurró Chuck; George alzó la vista hacia el espacio. (Siempre hay una última
vez para todo).
Arriba,
sin ninguna conmoción, las estrellas se estaban apagando.
Ultílogo:
Este
relato fue publicado por vez primera en el año 1953 bajo el título en inglés de
“The nime billion names of God”, está reconocido como uno de los mejores
relatos de ciencia ficción publicados mucho antes de la creación de los premios
Nébula, sin embargo en el año 1954 recibió el premio Hugo pero a título
retrospectivo como el mejor relato corto de ese año. Está considerada como una
de las mejores narraciones dentro del género de toda la historia, y a mí si me
preguntan no tengo ninguna duda al respecto.
Creo
que no será la última vez que el amigo Arthur C. Clark aparezca por las líneas
de esta silenciosa bitácora que nadie lee, por nuestra parte deciros que, “La última orden” todavía no ha sido recibida, mientras tanto seguiremos con
nuestros quehaceres diarios, que entre otros está la de “cascaros” una maldita
reseña lectora un día sí y, al otro también.
Una última cuestión más, sino podéis dormir no contéis ovejas, contar números,
seguro que cuando lleguéis al nueve mil millones todavía seguiréis despiertos.
Comentarios
Publicar un comentario