La procesión de los cien fantasmas
La procesión de los cien fantasmas – (Anónimo oriente)
Minicuentos (29): Observando una espectral comitiva.
El Hyakki Yako
En la antigua capital de Japón, la hermosa Kioto, siempre llena de templos sintoístas (los conocidos jinja), bellos cerezos en flor y múltiples leyendas, suele atraer a millares de turistas que desean admirar sus calles (como Hanamikoji), tradiciones y costumbres, que han pasado de generación en generación, manteniéndolas intactas, para poder ser recordadas y admiradas pese al paso del tiempo. La antigua Miyako, vuelve a aparecer por este silencioso blog para mostraros una de esas historias que permanecen intactas entre los tiempos de los tiempos, con el conocido templo Shozenji como protagonista principal de este corto relato.
Hacía tiempo que Tosa Mitsunobu deseaba retratar el Hyakki Yakō (la fantasmal procesión, o desfile, de los cien espíritus), cuando oyó hablar de un monje peregrino que se había encontrado con esta espectral comitiva mientras pernoctaba en las ruinas del viejo templo llamado Shozenji, antiguamente situado en las afuera de Fushimi, cerca de Kioto.
De este templo se decía que estaba
deshabitado desde el trágico día en que una banda de ladrones mató a todos sus
habitantes. Aunque otros monjes intentaron sustituirlos, desistieron al poco
tiempo, debido a los fantasmas que, según decían, lo habitaban. Pero esto había
sucedido muchos años atrás.
El peregrino, que procedía de una
ciudad lejana, no estaba al tanto de la siniestra leyenda del lugar, y como ya
se había hecho de noche y una tormenta amenazaba con desatar su furia sobre él,
decidió refugiarse en el templo abandonado. Buscó una habitación pequeña y en
buen estado, en la cual, tras cenar un cuenco de arroz, se echó a dormir.
A las dos de la noche lo despertó una
gran algarabía de ruidos. Al acercarse al edificio principal, descubrió que en
su interior se habían reunido decenas de espectros y duendes, de las formas más
diversas, que reían, jugaban y danzaban.
Se trataba del Hyakki Yakō, y el
peregrino, aunque asustado, no pudo evitar quedarse un rato observándolos,
hasta que aparecieron otros espíritus de aspecto más grotesco y horrible,
momento en el cual echó a correr de vuelta a su habitación, en donde se encerró
hasta que los sonidos extraños cesaron y se hizo de día.
Esta era más o menos la historia que
el peregrino, aún temblando, le relató aquella misma mañana a un comerciante de
Fuchimi, y que este a su vez le contó al afamado pintor Tosa Mitsunobu unas
semanas después, mientras este se hallaba de paso en la ciudad.
Esperando encontrar inspiración para
su ansiado cuadro, Mitsunobu cogió sus cuadernos y sus pinturas y se dirigió
hacia el templo Shozenji, dispuesto a pasar la noche en él.
Cuando llegó, el sol acababa de
ponerse. Entró en la sala principal y montó guardia durante horas, sin percibir
ningún ruido o visión que se saliera de lo normal, hasta que a eso de la
medianoche su atención se vio atraída por una extraña luminiscencia que parecía
provenir de las paredes. Comprobó con sorpresa que allí aparecían dibujados
duendes y espectros; era el Hyakki Yakō, reflexionó el pintor, que se
manifestaba para él brillando tenebrosamente en las paredes.
A la luz de la luna, Mitsunobu se
apresuró a copiar en su cuaderno las más de doscientas figuras, cada una
diferente y más grotesca que la anterior. En ello empleó toda la noche,
terminando justo cuando la primera luz de la mañana irrumpió en la sala y los
espectrales dibujos desaparecieron.
Antes de partir, examinó por última
vez las paredes. Estaban recubiertas de grietas y musgos de diferentes colores,
que daban lugar a formas caprichosas, las cuales de pronto le resultaron muy
familiares. Tosa Mitsunobu emitió una sonora carcajada al comprender que
aquellos eran los fantasmas que había visto durante la noche. Apenas grietas y
desconchones en la pared convertidos en terribles espectros gracias al azar y a
su excitada imaginación, sugestionada por la historia del peregrino, quien
probablemente fuese víctima de una ilusión similar a la que él acababa de
sufrir.
Pero, después de todo, ¿qué
importancia tenía eso?… ¿Acaso no había logrado al fin pintar el Hyakki Yakō?
Comentarios
Publicar un comentario