La esclava tracia

 



La esclava tracia -  (Javier Mateos)



Corto de café: En el imperio romano, una mañana cualquiera…


 

Una traciana muy valerosa


   Lucio Mamerco Tiberius paseaba por las adoquinadas calles de Populonia en la Etruria romana, una de sus doce Dodecápolis. El macellum estaba a rebosar, donde viajeros y ciudadanos adquirirían todo cuanto necesitasen. El foro había quedado atrás y Tiberius, centurión del reconocido emperador Marco Trajano observaba lo que se ofrecía en los coloridos puestos, las mercancías provenientes de todos los puntos del floreciente imperio romano.

   El veterano soldado nunca tembló ante nadie, y ya se había enfrentado con la muerte, viéndose varias veces las caras, y caer ante los pies de Plutón para que lo llevase al inframundo no le causaba temor. A Tiberius solo le amedrentaba una cosa, algo que le daba verdadero pánico, un terrible respeto similar al que tenía unos instantes antes de entrar en combate, y era cruzarse en el mercado con los ojos azules de la esclava tracia Denislava, la conocida mujer de mirada fría, turgentes pechos, esbelto talle y pelo rojizo, que atraía las miradas masculinas por donde pasase.

   Denislava no era mujer de trato fácil, distante por naturaleza no se dejaba arredrar con facilidad, y debido a su fiereza y habilidad con la sica, la famosa espada curva que portaban sus antepasados se había ganado el respeto de todos los que la rodeaban.

   Antes de ser apresada, la blonda guerrera mató a tres expertos soldados, uno de ellos con sus propias manos, sin aparentar el más mínimo esfuerzo, haciéndolo ante los pasmados ojos de Fabius Quintus Metelo, famoso general romano, que ante tal demostración de valentía y poder decidió liberarla, para hacerla escolta personal de su hija, la bella Flavia Aurelia. Ahora el honor familiar estaba en buena manos, siempre protegido por la belicosa guerrera. Nadie osaba acercarse a la hermosa joven sin antes pasar por el visto bueno de la tracia, un hueso muy duro de roer. Tiberius ya se había cerciorado de antemano que esa historias, junto a otras muchas más que corrían de boca en boca de la gente era muy real, y no habladurías y chismorreos de la llamada plebe.



   Los hombres hacen dioses a su imagen y semejanza, así que Tiberius se había construido una diosa a imagen y semejanza de Denislava, a la cual hacía ofrendas en lo más privado de su casa, una domus a la que espiraba que un no lejano día gobernase con mano de hierro, mientras él en la lejanía defendía los intereses del imperio.

  De repente hubo un gran murmullo que cesó de improviso. Cuando Tiberius levantó la mirada sus ojos se enfrentaron a la azulada mirada de la traciana, que sonrió al ver al musculoso soldado, veterano en mil batallas, que respingó con el voluptuoso cuerpo de la esclava, que al pasar por su lado y sentirse observada, murmuró las siguientes palabras

    -Olvídate romano, soy demasiada mujer para ti, tan solo seré acariciada por las expertas manos de un hombre tracio. No se ha hecho la miel para la boca de los cerdos.

    Dicho esto continuó escoltando a la joven Flavia como si tal cosa. Roma y su imperio seguiría funcionando hasta el fin de los tiempos, como si nada hubiera pasado, porque el alboroto de las conversaciones del bullicioso mercado llegaba a su cénit.

 

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