La familia Iriarte
La familia Iriarte – (Mario Benedetti)
Corto
de café: Enamorado de una voz.
Una extraña confusión
Había cinco familias que llamaban al
Jefe. En la guardia de la mañana yo estaba siempre a cargo del teléfono y
conocía de memoria las cinco voces. Todos estábamos enterados de que cada
familia era un programa y a veces cotejábamos nuestras sospechas.
Los que
trabajamos con el teléfono pegado a la oreja durante todo el santo día
comprenderemos mejor este relato, porque a pesar de la distancia debido al
trato y el paso del tiempo, conocemos esa voz que nos habla desde el otro lado
del hilo telefónico a la perfección, hasta creemos que podemos identificar sus
rasgos personales, vamos, que le ponemos cara, llegando a tener una tremenda
familiaridad con ellos, como si formaran parte de nuestra familia.
El
protagonista se enamora de una voz femenina que de vez en cuando llama a su Jefe,
construyendo e imaginándose una personalidad a través de la misma, que acabará
trayéndole por la calle de la amargura, creándose esa quimérica imagen de
mujer ideal a la que todo el mundo aspira.
Una vez me animé a decir algo, no
recuerdo qué, y ella me contestó algo, no recuerdo qué. ¡Qué día! Desde
entonces acaricié la esperanza de hablar un poquito con ella, más aún, de que
ella también reconociese mi voz tal como yo reconocía la suya. Una mañana tuve
la ocurrencia de decir: “¿Podría esperar un instante hasta que consiga
comunicación?”, y ella me contestó: “Como no, siempre que usted me haga amable
la espera”. Reconozco que ese día estaba medio tarado, porque solo pude
hablarle del tiempo, del trabajo y de un proyectado cambio de horario. Pero en
otra ocasión me hice de valor y conversamos sobre temas generales, aunque con
significados particulares. Desde entonces ella reconocía mí voz y me saludaba
con un “¿Qué tal, secretario?”, que me aflojaba por completo.
Este cuento
fue escrito en el lejano (aunque reciente) 1959, dentro del libro de relatos “Montevideanos”,
que trata sobre una voz -la amante del Jefe- que trae de cabeza al
narrador del relato, una mujer ideal que a lo mejor no lo es tanto. Un día,
estando de veraneo en un balneario cree reconocer esa voz, y con el paso del
tiempo (no mucho), tiene un romance con ella, y cuando cree que ha conseguido a
una muchacha inalcanzable, se da cuenta de una cosa, se ha equivocado por
completo, vamos, -que la ha cagado-, no es esa voz la que siempre había
escuchado, y además, nunca había estado, ni tenido una relación con su Jefe,
recibiendo una enorme decepción. Decide romper con ella, dejando las
explicaciones para más tarde (huye como un cobarde), importándole un comino lo
que pueda suceder después.
Como en los últimos instantes de un ahogado, desfilaban por mi cabeza varias ideas sin orden ni equilibrio. La primera de ellas: “Así que el Jefe no tuvo nada que ver con ella”, representaba la dignidad triunfante. La segunda era, más o menos: “Pero entonces Doris…”, y la tercera, textualmente: “¿Cómo pude confundir esta voz?”
Ultima verba:
Quien diga que el cuento es un
género menor miente, tan solo tiene que leer este relato para darse cuenta,
porque el llamado entretenimiento va más allá de contar y escribir un número
determinado de hojas y palabras, pero les recuerdo a estos que consideran el cuento
de poca cosa que, el cuento (y no me cansaré de escribirlo) es el género
más antiguo del mundo, así que, a callarse tocan.
En “Montevideanos”
nos encontraremos un reflejo de esas personas anónimas que día a día hacen
mover el mundo, donde la crítica social está a la orden del día, pero mientras
tanto, “yo seguiré tirando piedrecitas a la ventana”.
Post scriptum:
Benedetti fue un integrante de la
llamada ‘Generación del 45’, un hombre de lenguaje sencillo y
entendible, porque de esta forma -eso pensaba- y creo, bajo mi punto de vista
que estaba en lo cierto, que su obra podía estar accesible a todo el mundo, y
en eso vuelvo a repetir que tenía razón, que lejos está de otros poetas (y también escritores), donde
sus letras -textos- son un auténtico recetario estilístico, con tanto terminacho
lingüístico que no hay demonio que lo entienda, siempre marcado por una cansina
pedancia, llena de altanería literaria, pero en fin, este mundo es libre, y
cada uno escoge que es aquello que quiere leer.
Tan solo comunico y divulgo.
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