Napoleón y el espectro
Napoleón y el espectro
Góticas tenebrosas (11): Charlotte Brontë
Un sueño muy
real
Volvemos a
la carga con esas damas oscuras que han dejado grandes y tenebrosos relatos
para la historia, sobre todo para el disfrute de todos sus lectores, donde
Charlotte Brontë la autora de Jane Eyre no iba a ser la excepción, por
que tanto ella como Elizabeth Gaskell, la creadora de “La vieja niñera”
podían entrar perfectamente en ese top-5 de nuestras góticas favoritas.
En “Napoleón
y el espectro”, Charlotte nos describe un extraño sueño que tuvo el
emperador Napoleón, que casi podíamos decir que es real, donde le ocurre una
insólita experiencia que le dejó perplejo, por lo menos eso dice la autora, en
este pequeño relato que paso a transcribir, para que vosotros saquéis vuestras
propias conclusiones. Un relato de fantasmas que en esta silenciosa bitácora
que nadie lee no queríamos pasar por alto. Este texto fue publicado en el
lejano año de 1833, dentro de la novela romántica “El enano verde”.
Al grano:
Bien, como iba diciendo, el Emperador
fue a la cama.
-Caballero -le dijo a su sirviente- baja las cortinas y cierra las ventanas
antes de irte.
El sirviente obedeció. Luego se retiró llevándose el candelabro.
A los pocos minutos, el emperador sintió que su almohada se endurecía. La
sacudió, y un sonido áspero se oyó cerca de la cama. Su majestad escuchó
atentamente, pero el silencio retornó apenas dejó de sacudir la almohada.
Volvió a recostarse, cuando fue perturbado por la sed. Se apoyó sobre un codo,
tomó un vaso con jugo de limón de su mesa de noche y se refrescó con un largo
trago. Cuando depositó nuevamente el vaso en su sitio se oyó un gruñido en un
rincón de la habitación.
-¿Quién anda ahí? -inquirió el emperador, tomando sus pistolas- ¡Habla o te
volaré la tapa de los sesos!
Esta amenaza no produjo otra respuesta que una corta y afilada risa, seguida
por un silencio mortal.
El emperador se incorporó. Se acercó temerariamente al armario y lo abrió
violentamente. Estiró su sable hacia adelante, listo para el embate, pero allí
no había nada. Los sonidos, quizá, procedían de algún rincón detrás de la ropa,
de una capa, más precisamente, que colgaba de un gancho.
Avergonzado, regresó al lecho.
Cuando cerró los párpados sintió una oscuridad anormal. Una sombra, rápida y
furtiva, cruzó delante de la cama.
-Es una ilusión óptica. -razonó el emperador.
-¿Lo es? -susurró una misteriosa voz cerca de su oído-¿Fue una ilusión,
Emperador de Francia? ¡No! Lo que has oído es real. Levántate, ligero como las
águilas, contemplad el Espectro Violeta. ¡Sígueme, y lo verás todo!
Al cesar el susurro, una forma extraña comenzó a materializarse. Alta como un
hombre, vestida de azul, con un lazo dorado en la cabeza. Llevaba una capucha
negra, con dos pequeños objetos detrás de cada oreja. Su faz era lívida. La
lengua se asomada detrás de los dientes, y los ojos brillaban inyectados en
sangre.
-¡Mon Dieu! -exclamó el emperador- exclaimed the Emperor- ¿Qué estoy
viendo? ¿Un espectro?
La aparición no habló. Con un gesto, le indicó al emperador que lo siguiera.
Manipulado por una misteriosa influencia, obedeció sin reparos. La sólida pared
de la habitación cayó a medida que se acercaban y, cuando la atravesaron, se
cerró con un estruendo.
La oscuridad no era total, pues una pálida luz flotaba en torno al fantasma,
revelando los largos muros de una cripta. Caminaron envueltos por una brisa
helada. El emperador avanzaba con su ropa de cama ceñida al cuerpo. De golpe,
se encontró a sí mismo en una de las principales calles de París.
-Espíritu inútil. -dijo- Déjame volver por algo de ropa.
-Camina. -ordenó el espectro.
El emperador se sentía empujado, y obedeció, a pesar de la profunda indignación
que lo ahogaba. Pasaron por las calles desiertas, y arribaron a una casucha a
orillas del Sena. El espectro se detuvo. Las puertas se abrieron para
recibirlos. En la penumbra se veían siluetas femeninas detrás de una pantalla.
Llevaban collares preciosos y las flores más hermosas, pero sus rostros eran
siniestras máscaras que representaban las facciones de la muerte.
-¿Qué es esta aberración? -chilló el emperador
-Silencio. -dijo el guía, sacando una lengua negra y sanguinolenta- Calla si
quieres escapar de la muerte.
El emperador habría respondido, si hubiese superado la momentánea dureza de sus
capacidades modulatorias. Una música sobrenatural flotó en el aire, agitando
las cortinas que iban y venían, yendo y trayendo un hedor cadavérico, corrupto,
mezclado con los aromas más refinados de París, que sobrevivían apenas en las ropas
íntimas de Napoleón.
Un murmullo de voces se oyó en la distancia. Algo agarró su brazo desde atrás.
El emperador giró súbitamente. Sus ojos se cruzaron con el rostro familiar de
María Luisa.
-¿Qué haces en este sitio infernal? -preguntó él.
-¿Su majestad sería tan amable de responder la misma pregunta- dijo la
emperatriz.
Napoleón calló, atónito.
Ya no había cortinas entre él y las luces. Un espléndido candelabro osciló
sobre su cabeza. Lo rodeaban hermosas mujeres, ricamente vestidas y sin máscaras.
La música continuaba, pero procedía de un grupo de músicos perfectamente
identificables como vivos. El aire vibraba con los perfumes más finos.
-¡Mon dieu! -protestó el emperador- ¿Cómo he llegado hasta aquí? ¿Dónde
está Piche?
-¿Piche? -replicó la emperatriz- ¿A qué se refiere su majestad? ¿No preferiría
retirarse a sus habitaciones y descansar?
-¿Retirarme? ¡Pero si no sé dónde estoy!
-En mis salones privados, rodeado por un grupo de invitados de las cortes más
selectas, a quienes he invitado a un baile. Has entrado hace algunos minutos en
tu traje de noche, con los ojos fijos y abiertos. Por tu aturdimiento diría que
caminabas dormido.
Acto seguido, el emperador entró en un estado de catalepsia, del cual no salió
durante toda la noche y gran parte del día siguiente.
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