Cleopatra

 



Cleopatra – (Mario Benedetti)

 

 

Corto de café: Mercedes y sus hermanos.

 

Un carnaval fraudulento

 

“El hecho de ser la única mujer entre seis hermanos me había mantenido siempre en un casillero especial de la familia. Mis hermanos me tenían (todavía me tienen) afecto, pero se ponían bastante pesados cuando me hacían bromas sobre la insularidad de mi condición femenina. Entre ellos se intercambiaban chistes, de los que por lo común yo era destinataria, pero pronto se arrepentían, especialmente cuando yo me echaba a llorar, impotente, y me acariciaban o me besaban o me decían: Pero, Mercedes, ¿nunca aprenderás a no tomarnos en serio?”

 

   Hay autores que cimbrean con el tiempo y con los relatos, que transmiten y transportan, poseedores de esa magia simpar, capaz de atrapar al más testarudo de los lectores desde las primeras letras, (y pongo esto a pesar de que esta frase tan manida no suele gustar a la gente, pero me da igual), que atesoran el poder, junto al don de trasladarte al interior de esa historia que estás leyendo, e incluso te hacen formar parte de ella, y en el caso del comentario de hoy, te obliga a realizar la pregunta de rigor, la reglamentaria según marcan los cánones, como diría una de mis queridas profesoras de bachiller. ¿Qué tienen en común Cleopatra y Cenicienta?

   La respuesta es bien sencilla, nada, pero cuidado, porque la pregunta simple como ella misma tiene su miga, que resolverá el meollo de la cuestión. Ambas, me refiero a Cleopatra y a Cenicienta, les gusta ir de fiesta, a todo el mundo nos gusta ir de festejos, salvo excepciones, pero con una gran diferencia, Cleopatra, ‘mandamás’ y faraona (me gusta más emplear la palabra reina) de un gran imperio como es Egipto, tiene que llegar pronto a casa,  mientras que Cenicienta, una pobre sirvienta que realiza los trabajos más prosaicos (con todo el honor y respeto del mundo), puede llegar tarde a casa y sin pedir permiso, y eso fastidia a la mujer más importante del reino egipcio.


  Mercedes es una jovial joven de su tiempo, estamos hablando del año 1958, cuando el rock and roll daba sus primeros pasos, que va disfrazada de Cleopatra a las fiestas de carnaval, acompañada de sus hermanos, donde es enamorada por un joven galán, que se muestra en todo momento locamente atraído por ella. Cuando llega el instante de quitarse la máscara que cubría sus respectivos rostros y mostrar cómo era la verdadera faz de cada uno, ese momento de la verdad donde el tête-a tête llega a su zenit, la chica se lleva una sorpresa, dejando a la pobre Cleopatra ojiplática.

Ultima verba:

  Benedetti era el hombre que ‘tiraba piedrecitas a la ventana’ cuando estaba enamorado. El autor de “Te quiero” expresaba sus pensamientos en hermosos aforismos, gracias a la ‘facilidad’ (teóricamente) con que escribía (hablaba) sobre lo que podemos descubrir (lo que hay)  en nuestro interior, y todo gracias a ese don mágico de la palabra, que solo unos poco poseen. Un escritor que nos mostró como era en realidad el Uruguay de su tiempo, un auténtico vocero de ese país al que tanto amaba.


Te quiero

Tus ojos son mi conjuro

contra la mala jornada

te quiero por tu mirada

que mira y siembra futuro



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