17 frases del libro: La Santa Compaña
17 frases
del libro: La Santa Compaña
Tomando unos vinos por la
peregrina e histórica ciudad de Santiago: Los mitos están para bajarlos del
pedestal.
Entre jodiendas, borracheras y
supersticiones
Los mitos están para bajarlos del
pedestal, los mitos también son humanos y tienen sus supersticiones y
debilidades, como todo hijo de vecino, aunque unos más que otros. Este es el
caso de uno de los representantes del mester de clerecía, nuestro Gonzalo de
Berceo, que se muestra en esta historia tal y como es, sin tapujos, sin
vergüenza alguna, amante del buen vino, las buenas mozas y de la cuaderna vía,
siempre acompañada de una buena juerga en la taberna de turno, junto a la
correspondiente partida de ajedrez, donde es un declarado maestro, en eso va
sobrado, y no tiene embarazado alguno en contarlo.
La ciudad de
Santiago, junto a un abad más amigo del dinero que de la fe, unas monjas algo
canallas, sin olvidarnos de una clerecía salida de bolos, dan para mucho, donde
la vida licenciosa y atrevida está mucho mejor vista que aquella que de
buena gana predica el cristianismo. Peregrinos para todos los gustos, y gustos
que gustan al peregrino. ¿Se puede pedir más?
- Pasados los cincuenta de mi
edad, no tenía empleo más importante que envejecer, y cuidar de los fieles
de mi pequeña parroquia, en donde las penitencias se repetían al ritmo de
los invariables vicios menores.
- (…) o -peor todavía- al feo y
pernicioso vicio de leer y escribir, tan femenino que lo practicamos
muchos tonsurados.
- Nunca me han interesado los figurones,
porque he aprendido despacio que quienes tienen algo memorable que contar
no son sino los fulanos y los menganos.
- Si no es prudente mirar a la
cara a los poderosos, mucho menos aún a sus siervos que nunca piden nada,
solo exigen, y suelen ir armados, como iban estos.
- Y no mentía: la generosidad me
sorprende en cualquier lugar del mundo, pero más entre gente con dinero,
que suele acumularlo por avaricia heredada.
- ¿Cambiamos a lo largo de la
vida? Sí, pero mantiene nuestra unidad el mismo hilo que la construye: el
de la memoria.
- Sabemos que lo que nos pasó en
otras vidas nos ha pasado a nosotros porque lo recordamos.
- La solución más evidente casi nunca
es la correcta, eso es lo que se aprende con los juegos ‘departidos’
- (…) en las partidas complejas la
solución más evidente siempre se convierte en el refugio de los
perdedores.
- (…) y me largué de allí de nuevo
asombrado con la inagotable capacidad del hombre para arruinar la vida. La
propia y la de los demás.
- Creo que es posible juzgar un
monasterio o un palacio o una casa y a sus moradores por los libros que
tienen…
- (…) pero se evita en lo posible
que lean o escriban (por las monjas). Las mujeres que leen o escriben no
son bien recibidas en ninguna parte, siempre acaban dando problemas.
- Antes de acercarme a ver qué había
en las estanterías, inveterada costumbre de letraheridos.
- Los versos no se pueden buscar,
porque si los buscas te esquivan. Y mucho peor es decidir olvidarte de
ellos: entonces te esquivan aún más. Hay que dejar que vengan cuando ellos
quieren, con la puerta abierta para que pasen.
- Si pudiera elegir, preferiría no
confesar, porque con el tiempo ya no sé qué diablos es un pecado. Pero
admito que para poder vivir es necesario estar en paz, aunque solo sea con
uno mismo.
- No era lo que esperaba en estos
tiempos en que todo lo que no es acostumbrado es inaudito.
- (…) me di cuenta de que las
personas fingen siempre, no solo en el teatro: al amar o al folgar, también
al reír y al comer, al bailar y al pasear. Que nuestra vida era una
sucesión de fingimientos, una ficción improvisada sobre la marcha. Pura
invención.
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