Borges y yo
Borges y yo – (Jorge L. Borges)
Corto
de café: ¿Quién es quién?
Suplantándote a ti mismo
Debo decir que sobre el Homero argentino, dígase Borges está
todo escrito, así que todo lo que yo escriba por aquí no valdrá absolutamente
de nada, sobra o está de más, porque eso quedará para los grandes conocedores
de su obra, y en “Borges y yo” encontramos esa extraña dualidad
que se esconde en cada uno de nosotros, donde J.L.B. la descubre para el gran público.
Ese
lado privado y ese lado que todo el mundo conoce, esas activades de las cuales
todo el mundo sabe y otras que las ocultas, aquellas que quedan para su lugar más
personal, donde están todas aquellas cosas e intereses que siempre guardamos
con mimo, a las que nadie interesa, porque son particularmente nuestras, únicas
e intransferibles. Son dos personas en una pero diferencialmente separadas,
suena extraño, pero es así, tú y yo (dos seres separados) pero siempre
juntos, aunque en ocasiones vayamos por libre.
El
bonaerense es bien claro, “es al otro Borges a quien se le ocurren las cosas”,
por tanto no miente, es ese otro yo a quien se le ocurren las cosas, no a
nosotros, además, para finalizar todos tenemos varias vidas, varios yo distintos
que nos hacen diferentes al resto de la gente, como son una vida pública, una
profesional y la privada, aquella que tenemos puertas adentro, donde nadie sabe
como somos realmente, guardándola con el mayor esmero del mundo, y ahora
transcribimos este corto ensayo – minicuento también, sobre como son esos dos
Borges, esos dos personajes que tanto se
ha escrito sobre ellos.
Al
otro, a Borges, es a quien le ocurren las cosas. Yo camino por Buenos Aires y
me demoro, acaso ya mecánicamente, para mirar el arco de un zaguán y la puerta
cancel; de Borges tengo noticias por el correo y veo su nombre en una terna de
profesores o en un diccionario biográfico. Me gustan los relojes de arena, los
mapas, la tipografía del siglo XVII, las etimologías, el sabor del café y la
prosa de Stevenson; el otro comparte esas preferencias, pero de un modo
vanidoso que las convierte en atributos de un actor. Sería exagerado afirmar
que nuestra relación es hostil; yo vivo, yo me dejo vivir para que Borges pueda
tramar su literatura y esa literatura me justifica. Nada me cuesta confesar que
ha logrado ciertas páginas válidas, pero esas páginas no me pueden salvar,
quizá porque lo bueno ya no es de nadie, ni siquiera del otro, sino del
lenguaje o la tradición. Por lo demás, yo estoy destinado a perderme,
definitivamente, y solo algún instante de mí podrá sobrevivir en el otro. Poco
a poco voy cediéndole todo, aunque me consta su perversa costumbre de falsear y
magnificar. Spinoza entendió que todas las cosas quieren perseverar en su ser;
la piedra eternamente quiere ser piedra y el tigre un tigre. Yo he de quedar en
Borges, no en mí (si es que alguien soy), pero me reconozco menos en sus libros
que en muchos otros o que en el laborioso rasgueo de una guitarra. Hace años yo
traté de librarme de él y pasé de las mitologías del arrabal a los juegos con
el tiempo y con lo infinito, pero esos juegos son de Borges ahora y tendré que
idear otras cosas. Así mi vida es una fuga y todo lo pierdo y todo es del olvido, o del
otro. No sé cuál de los dos escribe esta página.
P.D. A mí me está pasando lo mismo que a Borges, no se cuál
de todos mis personajes está escribiendo estas letras, si es Ritarbeyu, ‘El Hombre
Manchas’ o tal vez un silencioso ex(músico), ex(escritor), siempre en ex(tenuación)
que responde al nombre de Javier.
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