El hombre que aprendió a ladrar
El hombre que aprendió a ladrar
Minicuentos (15): El día en que Raimundo aprendió a
ladrar.
Cuando uno ladra por no llorar
Mario Benedetti es esa persona que cuando está enamorada “la alegría le tira piedrecitas a su ventana”, y abre esa vidriera para mostrar sus sentimientos a ese particular mundo que le rodea, pero también a sus relatos, como sucede en el pequeño cuento que hoy, desde la silenciosa bitácora queremos recordar, porque el uruguayo siempre está muy presente en nuestras lecturas, también en nuestros escondidos y recónditos escritos que nunca han visto la luz.
Lo cierto es que fueron años de arduo y pragmático aprendizaje, con lapsos de desalineamiento en los que estuvo a punto de desistir. Pero al fin triunfó la perseverancia y Raimundo aprendió a ladrar. No a imitar ladridos, como suelen hacer algunos chistosos o que se creen tales, sino verdaderamente a ladrar. ¿Qué lo había impulsado a ese adiestramiento? Ante sus amigos se autoflagelaba con humor: “La verdad es que ladro por no llorar”. Sin embargo, la razón más valedera era su amor casi franciscano hacia sus hermanos perros. Amor es comunicación.
¿Cómo amar entonces sin comunicarse?
Para Raimundo representó un día de gloria cuando su ladrido fue por fin comprendido por Leo, su hermano perro, y (algo más extraordinario aún) él comprendió el ladrido de Leo. A partir de ese día Raimundo y Leo se tendían, por lo general en los atardeceres, bajo la glorieta y dialogaban sobre temas generales. A pesar de su amor por los hermanos perros, Raimundo nunca había imaginado que Leo tuviera una tan sagaz visión del mundo.
Por fin, una tarde se animó a preguntarle, en varios sobrios ladridos: “Dime, Leo, con toda franqueza: ¿qué opinas de mi forma de ladrar?”. La respuesta de Leo fue bastante escueta y sincera: “Yo diría que lo haces bastante bien, pero tendrás que mejorar. Cuando ladras, todavía se te nota el acento humano.”
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