El emisario

 



El emisario – (Yoko Tawada)

 


Largo de café: Un aislamiento que ya dura demasiado.


 

En un Japón apocalíptico


 

“El transcurso del tiempo queda marcado en forma de anillos en el interior de los árboles y arbustos, pero ¿qué forma toma en el interior de nuestros cuerpos?

 

Introductio: 

   En un futuro no muy allá de nuestros tiempos nos encontramos con un Japón que vive separado del resto del mundo, debido a una ley de aislamiento que ellos mismos se han impuesto, porque ha sucedido una catástrofe (de la cual no se nos explica nada en la historia) creando un colapso interno muy grave, con lo que el Gobierno tiene que derogar ciertas leyes e imponer otras, siendo de lo más extrañas, estúpidas y extravagantes, porque el país está contaminado.

  Las especies animales se están extinguiendo, los alimentos son un bien muy preciado y poco accesibles, las grandes ciudades son abandonadas, mientras que la periferia es el nuevo foco de atracción de esa población de errantes nómadas, que huye de la miseria, la polución y de una escasa mano de obra. Las penurias están a la orden del día.

   “Cientos de miles de lavadoras muertas yacían en el fondo del océano Pacífico y se habían convertido en hoteles cápsula para peces”.

   Ocurren cosas muy raras en el organismo del ser humano (también en su cerebro), por ejemplo los hombres tienen la menopausia, la gente cambia de género por lo menos una vez durante su vida (lo normal son dos),  la tecnología que antes era un auténtico dios está totalmente devaluada, los electrodomésticos que se ‘enchufaban’ nadie los recuerda, las palabras, la escritura y el vocabulario cae en un descenso muy peligroso, las lenguas extranjeras son prohibidas. Las nuevas generaciones, el futuro de lo que fue el sol naciente nacen débiles, enfermizas y con discapacidades, con un rango de vida casi mínimo, mientras que los abuelos superan con facilidad la centena, realizando los trabajos fatigosos que la juventud no puede hacer, siendo ellos los que se ocupan, los que tienen la tarea de cuidar de ellos, cuando tenía que ser al revés, menuda panorámica.

  “(…) y las puertas de entrada de las empresas sin empleados abriéndose y cerrándose automáticamente, activadas por las grandes ramas de los árboles de la calle azotadas por el viento”.

   Entra aquí uno de los protagonistas de esta historia -que no tiene ni pies ni cabeza- un chico llamado Mumei que ante el mundo (futuro y presente) que le rodea no ha perdido la esperanza, la ilusión que al resto de humanos le falta, donde con su bisabuelo Yoshiro, que se implica hasta la extenuación en su aprendizaje y cuidado intenta que nunca pierda la inocencia, con la incerteza -desesperanza- del futuro tan inseguro que le espera, algo nada halagüeño que está al alcance de la mano.


Yoko Tawada, la autora de esta distópica y extraña historia, desarrollada en un Japón apocalíptico


Ultílogo:

  Ante los peores momentos, ante los peligros que se nos presenten, las adversidades, esas dificultades mayores o menores del día a día hacen que cada uno de nosotros saque lo mejor de sí mismo, esa resiliencia tan en boga que nos hace sobrevivir ante las calamidades, porque en el fondo no todo está perdido, en el interior de nuestra ignota alma está  ese algo que nos dice que a pesar de todo, tenemos que seguir tirando por el carro de la vida, aunque en muchas ocasiones tenga tantas piedras encima que haga inútil el esfuerzo realizado.

Post scriptum:

   Aunque el argumento pueda parecer atractivo nos encontraremos con una lectura plomiza, cansina y gris, un auténtico sinsentido que no tiene ni pies ni cabeza, y eso que la lectura es corta, pero se te hace larga y cuesta arriba, pero que la editorial ha sabido vender bien, como ocurre con los huevos de pascua viene con sorpresa, y cuando quitas el hermoso envoltorio que los cubre (un complicado y filigranero papel de celofán) y pruebas, el sabor ya no es tan delicioso como esperabas.

   Una lectura extraña, en un Japón extraño y que a medida que avanzas en este extraño relato (en algunas ocasiones somnoliento) te das cuenta de una cosa, no vas a llegar a ninguna parte, porque estarás perdiendo el tiempo, eso sí, muy recomendable para echarse una buena siesta o irse a dormir.

   “Lo único que podía enseñarles era a cultivar el lenguaje, por lo que su mayor deseo era que los niños plantaran, recolectaran, cosecharan, se alimentaran y engordaran a base de palabras”.

 

P.D. Las distopías no están tan lejanas como parece y pensamos, quizás, un día no muy lejano, las encontraremos a la vuelta de la esquina, entonces se habrán convertido en una verdadera realidad.



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