La memoria de Shakespeare
La memoria del
hombre no es una suma; es un desorden de posibilidades infinitas
(Borges)
Cada uno tiene
sus obsesiones, en eso tiene razón Borges. Las mías, aparte del maldito rockabilly,
que dicho sea de paso, cada día me descojona más la cabeza, son los libros,
esos puñeteros libros que tanto me apasionan, entre estos, claro está,
encontramos a Borges, el enfant terrible, un genio visto desde todos los puntos, a pesar que
ha este conocidísimo personaje nunca le hayan dado el tan ansiado Nobel, premio
que muchos desean, pero Borges no tenía muy buenas relaciones con la Academia y
con muchos autores de su tiempo, incluso con alguno que ya había fallecido, pero
Borges siempre será Borges, con multitud de hooligans por todo el mundo,
de ahí que servidor suela decir que, el
Espíritu Santo es argentino, ya que consta de tres partes, el papa Francisco,
Maradona, -porque era el más humano de todos y, nunca escondía sus defectos-
y finalmente nuestro Borges, esas son las cosas, entre otras muchas más que
voy guardando en mi memoria.
Ad rem, vayamos al grano, a ese quiz de la cuestión que tanto nos interesa, para no andarnos tanto tiempo por las ramas, que ya sabéis, los pocos que me leéis, que suelo salirme muy de vez en cuando del círculo que tenemos trazado. Todo comienza cuando un hombre llamado Hermann Soergel, amante de Shakespeare hasta la médula, acepta la propuesta de otro erudito en el tema, un tal Daniel Thorpe, y bajo su propia responsabilidad, porque esto podría traerle graves problemas, acepta la propuesta de adquirir con su palabra la memoria de este genial escritor inglés, uno de los más grandes de todos los tiempos, y lo hace mediante un simple sí, monosilábica palabra que le dará tal singular título de posesión. En resumidas cuentas, un hombre mortal que pasa (que no traspasa) la memoria de Shakespeare a otro hombre también mortal, con distintos defectos, pero con la misma obsesión, el gran escritor inglés, convirtiéndose de esta manera en un hombre con dos memorias, la del bardo de Avon y la suya propia.
El nuevo propietario de tal
memoria, no tardaría mucho tiempo en adquirirla, poco a poco iría entrando en
su cabeza, y también en su persona…
Pasado un tiempo, (para saber
lo que pasa entre este intervalo de tiempo tenéis que leer el relato) Soergel
se da cuenta que en ese momento de su vida tiene que deshacerse del personaje,
de ese Borges que pulula en el interior de la mente, porque esa dichosa memoria,
empieza a molestarle, agobiándole en sobremanera a esas dos incesantes memorias
que vagan a sus anchas de un lado a otro de su erudita cabeza, que le confunden
terriblemente. Hasta que un día, harto ya de tanta ‘mandanga’ mental,
decide ahora sí, traspasar la memoria del creador de Macbeth a cualquiera
que le pudiera interesar, y lo hace vía telefónica, acción que le salió bien,
de perlas, pues el interlocutor que tenía al otro lado del teléfono aceptó sin
discusión alguna el riesgo que esto conllevaba. Ahora, todos los caminos del
mundo conducirían a Shakespeare, terrible decisión.
Este relato de Borges fue publicado
en la revista Clarín en el año 1980, convirtiéndose en uno de los últimos
relatos creados por este componente argentino de la Santísima Trinidad.
El mundo borgeano puede
parecer complicado y difícil de entender, sobre todo para mí, un hombre que se
dedica a pesar camiones de gran tonelaje en una bascula puente, pero esa
galaxia literaria del escritor argentino también puede resultar maravillosa, ya
que los jardines que se bifurcan no están tan intrincados como parecen, y tan
poco nos costaría ningún esfuerzo llegar hasta el escalón nº19, (contados desde
abajo) para encontrarnos con el Aleph, para suspirar en silencio por la
famosa Beatriz Viterbo, pero he aquí que nos podemos encontrar con otro
problema. Es igual de difícil quitarse de encima ‘El Zahir’ como deshacerse
de la memoria de Shakespeare. ‘Manda güevos’.
Replicando aquello que escribí
en cursiva unas líneas más arriba, porque una de mis obsesiones es la repetición
vuelvo a decir que, el libro donde aparece este relato memorístico y
shakesperiano, fue publicado en el diario Clarín el 15 de mayo de
1980, más tarde junto a otros tres relatos, (esos, buscarlos vosotros en la red
de redes) fue editado bajo el título ‘La
memoria de Shakespeare’ en 1983, con una tirada de 36 ejemplares, que
estaban ilustrados por Mirta Ripoll, en una plaquette en la editorial ‘Dos
Amigos’, con el número 1 de la colección “Valle de las Leñas”, dicho
así del tirón, para dejarnos sin respiración…
Otro dato más, sin quedar
como un pedante o resabido, eso lo dejo para los más íntimos de la casa, que
son aquellos que me aguantan diariamente. Clarín, sigo erre que erre con
el tema de las narices, es un periódico argentino cuya sede está en la capitalina
Buenos Aires, siendo fundado el 28 de agosto de 1945 por Roberto Noble.
Siguiendo con las devociones
y obsesiones, deciros que en este libro comprobamos alguna obsesión más
de J.L.B., (que se ven en sus otros libros) entre las que están el tiempo, la
fantasía, la metafísica y, sobre todo, destaca el de la escritura palimpséstica,
y como genio que es, tiene frases geniales, siendo una de ellas la siguiente: “Uno
no es por lo que escribe, sino por lo que ha leído”.
Borges es sobre todo
transtextual, porque sus lecturas bajo mi punto de vista siempre nos evocarán
otras. Su literatura siempre estará cruzada con otros textos, con cientos de
textos debido a su gran cultura, que muchas veces nos puede parecer que raya en
la pedantería, como le ocurre al poeta español Luis A. de Villena, pero
es debida a la amplia cultura que ambos poseen. Volviendo a las obsesiones borgeanas,
al llamado centro de su universo, la memoria, el doble, esos límites entre la
cordura y la locura, junto a la ciencia y la fe como formas de conocimiento,
tener claro que siempre nos abrazarán cuando nos enfrentemos con alguna de sus
lecturas.
Borges solía repetir que Shakespeare
era el menos inglés de todos los poetas de Inglaterra.
- ¿Usted,
ahora tiene la memoria de Shakespeare?
- ¿Qué ha
hecho usted con la memoria de Shakespeare?
Hubo un
silencio…
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