El Zahir
‘El Zahir’ es un cuento de
Jorge L. Borges que forma parte de la colección de relatos que nos encontramos
en ‘El Aleph’ (1949), donde el mismo Borges es a la vez narrador y protagonista.
Dependiendo de la época y el lugar donde nos encontremos, Zahir significa una cosa
diferente, puede ser una moneda, como es el caso que le ocurre al autor durante
el relato del mismo, un tigre, un astrolabio, hasta lo profundo de un pozo…
Sin ánimo de liar la madeja un
poco más, hay otro asunto que decir con la palabra Zahir, y es que lo más
importante de todo no es su significado, aquel que le queramos dar, sino más
bien el significante de la misma. Dicho esto ya ‘la hemos liao’.
‘No
soy el que era entonces pero aún me es dado recordar (…). Aún, siquiera
parcialmente, soy Borges’.
La RAE dixit que obsesión es una
perturbación anímica producida por una idea fija, y para Borges la obsesión por
un objeto es un claro típico-tópico de su obra, es comprobable en ‘El
Aleph’, ‘El libro de arena’ y claro está en ‘El Zahir’. Una aclaración
más antes de seguir escribiendo en esta silenciosa bitácora que nade lee. Zahir
es uno de los 99 nombres de Alá, que alabado sea, su centésimo nombre, que sí
existe, nadie lo conoce.
Borges y su mundo, Borges y sus
escritos, que te atrapan como si fueran un Zahir. Cuidado con esto, porque creo
que la obsesión puede ser peligrosa, hasta contagiosa. El Zahir pasa de repente
a convertirse en un símbolo, en algo que nunca podremos quitarnos de la cabeza,
es justo en ese momento cuando estaremos perdidos, pues ese objeto extraño, (el
que sea, se ha introducido en nuestra cabeza) no nos abandonará jamás, creando
muchos posibles futuros y también pasados, ‘algo que no tiene principio ni
fin’ como ‘El libro de arena’, que nos llevará sin dilación alguna
hacia ese jardín, el lugar donde los senderos se bifurcan. Todas estas
vicisitudes nos llenarán de tantas dudas que, como una catapulta del pasado,
nos lanzará de forma irremediable hacia el infinito.
El caso es que, nunca podremos
librarnos del maldito Zahir. Nada más levantarnos por la mañana, ese objeto nos
empujará, día sí y otro también hacia la duda y el -vuelvo a repetir la
palabra- terrible infinito, sin saber que nos encontraremos en él. Además, nunca
llegaremos al final del camino, porque recordar, “no hay principio ni fin”.
Una vez que la moneda, ese dichoso
Zahir entra en nuestro pensamiento, ya no será un objeto, pasa a convertirse en
un símbolo. Es entonces cuando sabremos, vuelvo a repetir que… estaremos
perdidos. Nunca jamás nos libraremos de él.
Post
scriptum:
¿Qué pinta en la narración Teodolina
Villar? Esta mujer, de la cual estuvo enamorado Borges, representa dos cosas.
La primera, una obsesión por la belleza. La segunda es que, esa obsesión, como
ocurre con la belleza -vuelvo a insistir en la palabra- es efímera. Sin
embargo, he aquí la gran diferencia, el Zahir es eterno y lamentablemente… nos
lleva al infinito.
Todos los objetos, queramos o no
ejercen un terrible poder, una insensata atracción, que en muchos casos les
llegamos a coger tanto apego que sí, llegan a desaparecer, rayaríamos en la
histeria. Sí, la mayoría de nosotros, que no nos de vergüenza decirlo, tenemos
esa ‘moneda de 20 céntimos de 1929’ que nos marcará para siempre, acompañados
de esos ‘solecismos’ errores gramaticales que cometemos a lo largo de la
vida sin querer, así sucesivamente hasta que muramos, porque perdón por el
chiste fácil, nadie escoge el día de su muerte, nadie se muere el día antes,
porque debido al Zahir, seremos perfectos con nuestros afectos y defectos hasta
después de la muerte, preguntándonos una y otra vez dónde está nuestro dichoso
Zahir.
Felices
obsesiones cuando caminéis por el jardín donde todos los senderos se bifurcan, en
aquellos senderos que no tienen principio, que no tienen fin, pero cuidado, por
el camino os podéis encontrar con el obsesivo Jorge de Burgos. Estar bien
atentos durante la ruta.
Guardar bien vuestro Zahir.
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