Mira las luces, amor mío
‘Definitivamente,
los lugares de consumo han sido concebidos como los de trabajo, con una pausa mínima
para un rendimiento óptimo’.
¿Qué pasaría si durante un año de
nuestra vida cogiéramos nuestra libreta de apuntes y estuviéramos tomando notas
sobre uno de los supermercados con más solera del país, como es Alcampo?
Tras esta larga pregunta que casi nos deja sin respiración, sigo con la introducción de turno. Hace unos cuántos años, un estudios de esos raros, que de vez en cuando realizan las universidades de casi todo el mundo, en este caso las japonesas, mostraron los siguientes resultados, que tienen algo que ver con el libro que vamos a reseñar hoy. El ser humano pierde siete años de su vida esperando en los colas de los supermercados, semáforos, cines, oficinas municipales, cagando, en el médico y la madre que nos parió. Finalizaba con unas notas finales acojonantes, dignas de cualquier película o lectura de terror, muy al estilo del terrorífico autor Le Fanu. ‘Los hombres con barba y nariz grandes suelen ser mucho más inteligentes que los calvos y naricortos’. Hay que joderse, pobre Japón y por defecto, el resto del mundo, que Dios nos coja confesados, el burro del tío Pascual está perfectamente capacitado para dirigir un país.
Las cajas parlantes, verdaderas terroristas de la humanidad, sinvergüenzas acreditadas, más mayoritariamente durante el fin de semana, mostrando de forma habitual esa mala educación que las caracteriza, siempre te juegan alguna mala pasada, (…) deposite el producto sobre la balanza. La muy cabrona, -esto lo digo yo, y no la autora- te toma por un auténtico gilipollas, haciéndote pasar delante de todo el mundo como un verdadero idiota, cuando el idiota es el fenómeno que tuvo la feliz idea de poner a esa parlanchina ahí, bocazas con referencias de la máxima autoridad mercantil.
Una fauna que no pulula a sus
anchas, que lo hace al ritmo que marca el supermercado rojo, estudiantes de
todo tipo, de menor a mayor grado, madres, jubilados, obreros, parados, parejas,
matrimonios, incomprendidos solitarios, inmigrantes, no importa el país de
procedencia. Un lugar con aproximadamente 50.000 referencias alimenticias, de
las cuales habitualmente, no utilizamos ni 100. ¿Vosotros entendéis algo? Yo tenía
un compañero que su mujer trabajaba en una gran superficie de charcutera, nos
decía que al año podía tener más de 200 referencias de mortadela, y esto no es
broma.
Parafraseando
a la autora, podemos decir que el paisaje comercial formado por los
supermercados forma parte del paisaje mental de toda persona con menos de
cincuenta años, pero yo me arriesgaría a decir que incluso de más. Cuando
visitas un superguay, te das cuenta de una cosa, el pasado no existe, no
importa, ya está olvidado, todo es un presente muy alejado del futuro, compra,
compra, compra…
Otro punto bien aclarado por Annie
Ernaux es que este tipo de híper, se adaptan a la perfección a la gran diversidad
cultural que en estos momentos vivimos, acomodándose culturalmente a la clientela,
sin olvidarse nunca de sus festividades, que siempre están muy presentes.
Vosotros venir que os sacamos los dineros, esos que tanto os cuesta ganar, gasten,
gasten, gasten…
Un año donde cambian las tiendas, ofertas, productos, iluminación, formatos y posición de las estanterías, para ganar la atención, mueven, intercambian y largan a los empleados, responsables, etc., pero donde las personas nunca cambiamos, marchando siempre al ritmo de esa nupcial banda, llena de pregoneros letreros, que nos marcan el recorrido hacia donde más les interesa, yendo como borregos al desolladero, donde unas cansadas, con todos mis respetos cajeras, nos atenderán lo mejor posible, sin olvidarnos de las malditas cajas parlantes que te seguirán tratando de la peor manera posible. ¿Por qué no nos rebelamos? Porque mientras hacemos pasmadamente cola haremos una cosa, esperar, esperar, esperar…
Felices
y desesperantes compras, amigos…
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