Mira las luces, amor mío

 


‘Definitivamente, los lugares de consumo han sido concebidos como los de trabajo, con una pausa mínima para un rendimiento óptimo’.

         ¿Qué pasaría si durante un año de nuestra vida cogiéramos nuestra libreta de apuntes y estuviéramos tomando notas sobre uno de los supermercados con más solera del país, como es Alcampo?

           Tras esta larga pregunta que casi nos deja sin respiración, sigo con la introducción de turno. Hace unos cuántos años, un estudios de esos raros, que de vez en cuando realizan las universidades de casi todo el mundo, en este caso las japonesas, mostraron los siguientes resultados, que tienen algo que ver con el libro que vamos a reseñar hoy. El ser humano pierde siete años de su vida esperando en los colas de los supermercados, semáforos, cines, oficinas municipales, cagando, en el médico y la madre que nos parió. Finalizaba con unas notas finales acojonantes, dignas de cualquier película o lectura de terror, muy al estilo del terrorífico autor Le Fanu. ‘Los hombres con barba y nariz grandes suelen ser mucho más inteligentes que los calvos y naricortos’. Hay que joderse, pobre Japón y por defecto, el resto del mundo, que Dios nos coja confesados, el burro del tío Pascual está perfectamente capacitado para dirigir un país.

Annie Ernaux

      Eso fue lo que hizo una premio Nobel de literatura, la francesa Annie Ernaux, ponernos al día mediante sus notas, -porque no se le escapa ni una- siempre con un fino humor y mejor ojo, que se cuece en los interiores del famoso súper de color rojo, el misterio que se haya, que podemos encontrar  detrás de toda puerta, del mundialmente conocido como Alcampo, donde obtener la máxima rentabilidad es prioritario. Anímense señoras y señores, la 2ª unidad al 30% de descuento, raciones de persiglás a 1 euro la unidad, pierdan la cabeza con nuestras estrafalarias ofertas, jódanse y hagan una larga cola, esperen y desesperen en nuestro bonito espacio.

           El asombroso mundo de la gran distribución queda al descubierto, donde lo cotidiano no es tan cotidiano como parece, todo tiene un por qué y es fácil saber cuál es la respuesta, obtener beneficio a marchas forzadas, donde los conocidos letreros amarillos ofertando todo lo ofertable, desconcertando al más desconcertado, siempre tendrán mucho que ver, para que salgas con el conocido carrito rojo de los demonios lleno hasta los topes, donde las cajeras (mayoritariamente mujeres) uno de los estamentos más estigmatizados económicamente, llevan el mayor peso, donde no pasarán minuta por la paciencia empleada en la mayoría de los casos.. eso sin contar la presión a las que se ven sometidas en las llamadas “horas puntas”, soportando ritmos rápidos y atropellados. Estas vuelvo a repetir pacientes trabajadoras, forman un colectivo muy amplio y mal pagado. En Francia, entre los 7 millones de trabajadores pobres, una buena parte pertenecen a este grupo, del que nadie se acuerda, ni cuando truena.

         Las cajas parlantes, verdaderas terroristas de la humanidad, sinvergüenzas acreditadas, más mayoritariamente durante el fin de semana, mostrando de forma habitual esa mala educación que las caracteriza, siempre te juegan alguna mala pasada, (…) deposite el producto sobre la balanza. La muy cabrona, -esto lo digo yo, y no la autora- te toma por un auténtico gilipollas, haciéndote pasar delante de todo el mundo como un verdadero idiota, cuando el idiota es el fenómeno que tuvo la feliz idea de poner a esa parlanchina ahí, bocazas con referencias de la máxima autoridad mercantil.

       Una fauna que no pulula a sus anchas, que lo hace al ritmo que marca el supermercado rojo, estudiantes de todo tipo, de menor a mayor grado, madres, jubilados, obreros, parados, parejas, matrimonios, incomprendidos solitarios, inmigrantes, no importa el país de procedencia. Un lugar con aproximadamente 50.000 referencias alimenticias, de las cuales habitualmente, no utilizamos ni 100. ¿Vosotros entendéis algo? Yo tenía un compañero que su mujer trabajaba en una gran superficie de charcutera, nos decía que al año podía tener más de 200 referencias de mortadela, y esto no es broma.

El Alcampo de Les Tres Fontaines (Cergy-Francia), lugar donde se desarrolla la historia    

     Parafraseando a la autora, podemos decir que el paisaje comercial formado por los supermercados forma parte del paisaje mental de toda persona con menos de cincuenta años, pero yo me arriesgaría a decir que incluso de más. Cuando visitas un superguay, te das cuenta de una cosa, el pasado no existe, no importa, ya está olvidado, todo es un presente muy alejado del futuro, compra, compra, compra…

      Otro punto bien aclarado por Annie Ernaux es que este tipo de híper, se adaptan a la perfección a la gran diversidad cultural que en estos momentos vivimos, acomodándose culturalmente a la clientela, sin olvidarse nunca de sus festividades, que siempre están muy presentes. Vosotros venir que os sacamos los dineros, esos que tanto os cuesta ganar, gasten, gasten, gasten…

      Un año donde cambian las tiendas, ofertas, productos, iluminación, formatos y posición de las estanterías, para ganar la atención, mueven, intercambian y largan a los empleados, responsables, etc.,  pero donde las personas nunca cambiamos, marchando siempre al ritmo de esa nupcial banda, llena de pregoneros letreros, que nos marcan el recorrido hacia donde más les interesa, yendo como borregos al desolladero, donde unas cansadas, con todos mis respetos cajeras, nos atenderán lo mejor posible, sin olvidarnos de las malditas cajas parlantes que te seguirán tratando de la peor manera posible. ¿Por qué no nos rebelamos? Porque mientras hacemos pasmadamente cola haremos una cosa, esperar, esperar, esperar…

Felices y desesperantes compras, amigos…



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