Me gustaba Cass

 


Me gustaba Cass – (Javier Mateos)

 

Cortísimo de café: Un pequeño paseo por la playa.

 

Cass

 

A Bukowski le gustaban las birras de Aragón:


    A mí también me gustaba Cass, y no era porque fuera la chica más guapa de la ciudad, sino por su forma sensual de pisar la fina arena de la playa, cuando el sol se despedía, en los alegres atardeceres de aquel lugar donde vivía, que siempre permanecerá en mis recuerdos. Todos la mirábamos embobados, yo el primero, esperando aquella señal que ella nos hacía voluptuosamente, era el vital momento de nuestra vida, el que todos ansiosamente estábamos esperando, cuando colectivamente decidíamos suicidarnos estrellándonos contra las rocas mientras ella se reía, mientras contaba con los dedos de las manos cuántos éramos por si faltaba alguno.

   Me gustaba Cass, para qué negarlo, pero ella jamás se iba a fijar en un triste repartidor de bebidas de cola vomitivas, tan populares en tiempos veraniegos, que te quitan la promiscuidad a las primeras de cambio. Ella jamás se iba a fijar en ese triste repartidor, que dispensaba como una vulgar máquina callejera esa repugnante bebida con falta de alcohol, aunque fuera del barato, en una motocicleta que roncaba “la de su puta madre”, y que ansiaba ser degollado entre sus brazos, para alcanzar el más incierto de los paraísos, aunque sólo fuera de forma efímera.

   Al final, no fueron las drogas lo que acabó con ella, ni la arrolló un Cadillac Sedan DeVille color rosa del año 66, ni asesinada por un alocado fan, cansado de que no le dirigiera la mirada. La misma fama que arrastraba acabó con ella, pues aquella chica calendario, se cansó de la vida, ahogada en la impopular popularidad, decidió marcharse a una lejana galaxia donde nadie la pudiera localizar, ni admirar. Ella quería ser envuelta en papel de celofán, y no en un hermoso papel de regalo de alta calidad, digna credencial de la baratura más cara, lo que se convertía en un insulto para su persona.

  Ahora mora en los altares de las estrellas fugaces, no yace bajo tierra como todos los mortales. Brilla en las noches de verano, fulgurando como si fuera el sol veraniego de las cinco de la tarde, descansando en lo más profundo del corazón de aquellos locos, aquellos alegres holgazanes enamoradizos, alejados de toda vulgaridad, que nos suicidábamos contra las rocas a una voluptuosa señal suya.




           

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