Posesión
Posesión – (Emilia Pardo Bazán)
Corto de café: En los interiores de un oscuro calabozo.
Amoríos
demoníacos
“El fraile dominico encargado de exhortar a la mujer
poseída del demonio, para que no subiese a la hoguera en estado de impenitencia
final, sintió, aunque tan acostumbrado a espectáculos dolorosos, una impresión
de lástima cuando al entrar en el calabozo divisó, a la escasa luz que
penetraba por un ventanillo enrejado y lleno de telarañas, a la rea”.
Introductio:
El 13 de
marzo de 1895 se publicaba en el periódico “El Imparcial” un tétrico relato de
doña Emilia (Pardo Bazán), que ya sabéis los que de vez en cuando pasáis por estas
silenciosas líneas, blog de una inmensa minoría, que es una de nuestras
debilidades, una cuentista a la altura del mismo Chéjov, y no estoy exagerando
con esto.
El relato en
cuestión es “Posesión”, donde un hombre perteneciente a los conocidos
como ‘perros de Dios’ -esto lo digo sin ningún tipo de ofensa- , es
decir dominicos, tiene en una oscura cárcel (no importa el lugar, ni el tiempo
en que ocurre) un encuentro con una conocida joven de muy buena familia y de máxima
reputación -como se decía antes-, llamada desde la pila bautismal Dorotea
Guzmán. El motivo es muy simple además de atroz, ya que la muchacha es acusada
de tener amoríos con el diablo.
«Te pertenezco,
Dorotea, pero tú también me perteneces a mí en vida y muerte». Cada noche, al
dar las doce, le esperé y le acompañé, y fui venturosa.
Argumentum:
Entre ellos
-joven y dominico-, surge un diálogo, una sutil conversación de poder a poder, podíamos
decir que desafiante, y que no va a llegar a buen término, a ninguna parte,
porque el dominico quiere arrancar de las garras de Satanás y del cuerpo de la
propia joven al Belcebú causante de tal mal, a lo que ella se niega con todas
sus fuerzas, a pesar de que la hoguera la esperase en pocas horas, pero ella no
tiene miedo, porque ese sería el momento en que por fin se reuniría con su gran
amor, el instante en que se cumplirían todas las expectativas, el justo momento
para que ambos estuvieran juntos toda la eternidad.
Desde el
miserable jergón donde se encuentra Dorotea Guzmán, y donde pasa sus últimas
horas en la tierra, va relatando su historia de amor y de posesión al
fraile, y el dominico, atónito ante lo que está escuchando tan solo puede
persignarse, porque el espectro de Satanás parecía estar presente en todo
momento, ya que el ‘macho cabrío’ esperaba pacientemente a la presa, en
eso parecía no tener prisa, pues la víctima para tal vil sacrificio estaba preparada.
“¿En
qué moneda te paga el maldito? ¿Qué felicidad ignominiosa te da a cambio de
todo lo que sacrificas por él?”
La presa no
quería estar a solas con el fraile, la rea tan solo contaba los minutos para
dejar la húmeda soledad de la celda y reunirse con su sombrío amor, aquel que
no se reparte como hace el Otro, el individualiza su presencia, en una
unión espiritual hacia lo más oscuro del alma.
Ultílogo:
Nos encontramos ante una lucha entre el bien y el mal, un conflicto surgido entre lo más antiguo y lejano de los tiempos, un duelo en el que gana el mal, porque la voluntad de Dorotea hacia el Maligno (las artes que se han utilizado), han sido más arteras y pueden más. Un paseo directo con destino hacia esas zonas lúgubres de nuestra alma, donde la fe no tiene lugar. El deseo de Dorotea Guzmán es mucho más fuerte que en la fe del Otro, aquel que podía ser su salvador in extremis, pero el señor tenebroso sabe escoger muy bien a sus víctimas.





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