Confesiones de un mono de Shinagawa

Cortesía de lecturia.org


 

Confesiones de un mono de Shinagawa – (Haruki Murakami)

 

Corto de café: ¿Nos tomamos unas cervezas?

 

Conversando con un extraño personaje

 

“Ocurrió hace poco menos de cinco años, entre los ajados y destartalados muros de un viejo albergue ubicado en un pueblucho de aguas termales perdido, donde, por eventualidades de la vida, hice un alto en el camino para pasar la noche, en el transcurso de un viaje por lo ancho y largo de la prefectura de Gunma. En aquel vetusto hospedaje sucedió el inaudito encuentro. Allí conocí al mono de Shinagawa”.

 

Introductio:

    Comenzaré diciendo que como amante de los relatos “Confesiones de un mono de Shinagawa” me ha gustado bastante, muy al estilo de “Sueño” y “La chica del cumpleaños”, y aunque las críticas no son muy buenas me he animado a leer “Primera persona del singular”, que tarde o temprano aparecerá reseñada en esta silenciosa bitácora que algunos leéis.

Personalis sententia:

    Nos encontramos a Murakami en el estado más puro de la palabra, describiendo a sus anchas y con todo lujo de detalles su encuentro con un mono parlante en Shinagawa, mientras disfrutaba de un día de reposo en un lugar conocido por sus aguas termales, donde el susodicho mono le comenta como le ha ido en la vida. Una fantasía murakamiana en toda regla, pues el mono, aparte de hablar, darle con gusto a la cerveza, posee unas capacidades (dones) un poco especiales, que no solo dejan estupefacto al autor (oyente en este caso de sus aventuras), también le llena de intriga, un paseo por el llamado realismo mágico, que a mí me pareció gracioso.

   Digo lo de gracioso porque por momentos pensé que era yo el narrador del relato (y no porque hubiera tratado con algún mono durante mi vida, pues de esos hay muchos), y que el mono de los demonios, todo pancho y con una cerveza en la mano me estaba contando su vida, una vida de mono, con una banda sonora de fondo,  la Sinfonía n.º 7 de Bruckner.

Siempre que escucho la Sinfonía n.º 7 de Bruckner, me viene al pensamiento —último amor, última soledad— el mono de Shinagawa y su curiosa vida. Me lo imagino viejo y cansado, durmiendo en su futón, arriba, en la minúscula buhardilla de aquel mísero hostal a las afueras de una localidad conocida por sus aguas termales. Rememoro también aquella noche de cerveza y conversación, sentados uno al lado del otro, con la espalda apoyada en la pared”.


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