El deber



La mañana del 15 de marzo de 1939,  Josef Rada un funcionario del Mº. de Tráfico en Praga, salió desprevenidamente de su casa para dirigirse a la oficina.

#lecturasencuarentena
#quedateencasa

   Cuando empezó toda esta pesadilla que ahora ya casi está terminando fue uno de los primeros libros que empecé a leer, y con su lectura la cuarentena se me hizo larga, muy larga, (literariamente hablando) relegándolo vez tras vez por otras lecturas que consideraba más amenas y que ya han tenido cabida en esta silenciosa bitácora, pero cada vez que volvía a su lectura me venía el aburrimiento, acompañado de un gran sopor, perdiéndome entre sus líneas, entonces era el momento en que el tedio llamaba a mi puerta, consiguiendo que se hiciera cada vez más difícil escalar la particular 'montaña' de "El dolor".

     Un libro que me ha resultado insustancial, carente de interés, donde la abulia fue mi compañera de viaje, ya que no me dejaba en paz hoja tras hoja, un verdadero "truño" y esta vez no me pienso callar, porque el relato es una pesadez hecha presente, y lo siento por los amantes de este tipo de libros, que no llega ni a la suela de los zapatos a títulos como "Sin destino" de Imre Kertész o "La quinta esquina" escrita por Izraíl Métter, que a pesar de ser dos narraciones digamos que pesimistas, son fabulosas historias que te conmueven y enganchan para seguir con su lectura, lo que no me ha ocurrido con "El deber", que hacer el esfuerzo de terminarlo o más bien leerlo se convirtió en una obligación.

Ludwig Winder, autor de "El deber", un hombre al que los avatares políticos le hicieron morir en el exilio, Gran Bretaña fue su último lugar... Vivió en una época de crisis que nunca jamás debe volver a repetirse.

   Todo va por épocas y temporadas como la comida de los restaurantes. Las editoriales no son ONG,'s y entiendo que están para ganar dinero y no "entregar bocadillos" en los lugares donde haga falta, pero cansan ya con tanto campo de concentración, tanta 2ª G.M., tantos héroes anónimos y conocidos de guerra, y finalmente tanta lucha contra el malvado invasor alemán, menudo peñazo, te entran ganas de salir corriendo y no mirar atrás.

   El argumento es sencillo, los alemanes invaden Checoslovaquia y un anónimo funcionario de ferrocarriles ve como todo su mundo se viene abajo, y aunque le inviten a colaborar con el enemigo él decide que va hacer con su vida, es decir, hará lo que le dicte su corazón y conciencia. El destino de una patria que nadie sabía con certeza en que puerto y condiciones recalaría después de la tormenta. Era el momento de ser íntegro y consecuentes con unos ideales que nunca deben morir.

Postal antigua de Praga: "La torre del puente de Mala Strana".

Ultílogo:

    Los avatares políticos llevan a desencadenar la ruina de un país, la desintegración de los territorios y una inquina entre los pueblos que tarda mucho en curar, si es que alguna vez  se cura, y más tarde que nunca si esto se logra llega la clase dirigente, junto con los altos funcionarios del Estado que siempre persiguen otros intereses, normalmente bastardos, es decir los intereses que no benefician al pueblo, a su gente y lo mandan  todo a paseo, teniendo que empezar de nuevo, que es lo observado en esta lectura con el caso de Fobich, el amigo de la infancia del protagonista de esta historia como era Josef Rada.

Post Scriptum:

   El comienzo de la obra me recordó a una grandísima historia escrita mucho después en el tiempo, y que se ha convertido en maestra, como es. "Crónica de una muerte anunciada", del irrepetible Gabriel G. Márquez, nuestro genial y único Gabo.

-El día en que lo iban a matar, Santiago Nasar se levantó a las 5.30 de la mañana para esperar el buque en el que llegaba el obispo.-.


Ya queda poco...



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