La oruga
Edogawa
Rampo – (La oruga)
Corto de café: Una situación desesperada.
Imomushi
“Tokiko se despidió, salió
del edificio principal y mientras oscurecía atravesó el amplio jardín,
descuidado por completo y cubierto de maleza, camino de la pequeña casa donde
vivía con su marido. Durante el trayecto recordó las convencionales palabras de
elogio con las que, una vez más, le había regalado el oído al general de
división, dueño de aquella propiedad”.
El escritor
japonés Edogawa Rampo, un auténtico (des)conocido en nuestro país, publicó este
relato en el ya lejano año de 1929 (aunque para otros está a la vuelta de la
esquina), en la revista Shin Seinen, que no debemos confundir con una conocida
marca que vende ropa en la red de redes a un precio económico, bueno pues esta
revista es ahora un magazine dedicado al manga, algo que agrada mucho a la
juventud no solo del ámbito nipón, también en todo el mundo.
Edogawa
Rampo era el seudónimo literario de Hirai Taro, famoso por ser uno de los
creadores de la llamada nueva literatura policial y detectivesca japonesa, que
dicho así del tirón es como para coger aire y no respirar durante un tiempo,
siendo el inventor -no quiero volver a repetir la palabra creador- del conocido
detective Kogoro Akechi, pero hoy no nos vamos a detener en estos asuntos de
novela noir, más bien en uno de sus conocidísimos relatos, el titulado “La
oruga”, que cuando se publicó fue considerado bastante polémico para la época,
porque se podía ver cómo un poco gore.
Tokiko
la mujer del principio de esta reseña vive con su marido (el teniente Sunaga)
en una pequeña casa cedida por el general de la división en la cual servía, ya
que este hombre está totalmente mutilado (en extremo) debido a la guerra, no
tiene pies, tampoco manos, un cuerpo sin extremidades ni VOZ, es una persona
que necesita ayuda para todo.
Ella lo cuida, en un principio con esmero, pero el lugar es apartado, eso le crea opresión, angustia, cansancio y desesperación, llegando al extremo de su aguante y paciencia, surgiendo el deterioro psíquico que irá precipitando las cosas, en un relato muy, muy oscuro -en todos los aspectos- y bastante decadente, algo que no quita belleza al relato, escrito con una realidad muy verosímil, donde lo deprimente siempre está ocupando el primer lugar.
“Por
uno de los lados del paquete sobresalía la cabeza de un hombre que no dejaba de
golpear sobre las esteras como si fuese un insecto o algún insólito mecanismo
automático. Al golpear, el enorme bulto se desplazaba poco a poco… de un modo
similar al de un gusano arrastrándose”.
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