Mujeres de armas tomar
Antes de
empezar esta entrada quiero advertir que no está realizada con oportunismo,
porque por casualidades malas de la vida, ha coincidido con el final de la
lectura que estaba realizando, y el tema tratado en el mismo coincide con una
noticia de estos días que tiene mucho que ver con lo que trata el libro, y es
que, una mujer puede ser condenada a seis años de cárcel por apuñalar al hombre
que violó a su madre.
Ad rem:
Vayamos al grano
Esta historia se desarrolla en su
totalidad en el Palacio de Justicia de Rennes, en un mes de mayo de 2020. Un
jurado formada por hombres y mujeres, algunos con conocimientos técnicos legales,
y otros, legos en la materia, todos muy alejados de esos “12 hombres sin
piedad”, de la conocida película americana, donde destaca la grandísima
actuación de Henry Fonda, deben dirimir el castigo que se le debe imponer a la
ginecóloga Mathilde Collignon, una mujer que exige justicia, después de habérsela
tomado ella antes sobre dos hombres, dos individuos que habían abusado
sexualmente de ella.
Un incierto destino que llevará
implícito polémicas, donde la llamada clemencia y la severidad en la
condena traerá sus más y sus menos a la variada composición del jurado
(escogidos en sorteo y una vez realizadas las previas reclamaciones sobre los
mismos), surgiendo entre ellos la pregunta, la gran pregunta o preguntas que
todos nos hacemos, y es que, ¿puede la víctima convertirse en verdugo?, ¿deberíamos
confiar en la justicia?, junto a otras más que también vienen de la manos. ¿Se
imparte la misma justicia, es equitativa en ciertos casos cuando la reo es una
mujer y… ha ejercido violencia creando una incapacidad a dos individuos
varones?
El autor de la narración, relata el
engranaje, los interiores, eso que los pijos y ni pijos llaman de forma gilipollas
el backstage de como son las deliberaciones secretas en un juicio y, que
muestra el desconcertante futuro que se le presenta a la acusada, donde su
vida, en el mejor de los casos, vea el inexorable y lento paso del tiempo tras
unas rejas, para mi gusto nada merecidas, (casi os hago un spoiler), pues
como iba diciendo, este futuro está en manos de unos desconocidos, donde cada
uno puede tener criterio propio y bien diferente del resto, -recordar que
todas las opiniones pueden ser criticadas y respetadas a la vez- causando
un verdadero terror, pánico o como queráis llamarlo al ajusticiado, que espera
de forma ansiosa una respuesta, una propuesta certera -algo casi
imposible-, junto al castigo correspondiente por el mal que de forma presunta,
consciente o real, ha cometido. El problema radica en que las personas solemos
ver los hechos de forma diferente, con el color del cristal que en esos
momentos más nos apetezca, siempre bien distinto, dependiendo del día que
tengamos, por lo que Mathilde Collignon se encuentra en esta tesitura, vamos,
que hablando en plata y bien claro, el asunto en cuestión lo tiene más que
jodido, pero el meollo de la cuestión se irá resolviendo a medida que
avanzamos en la lectura.
Ultílogo:
La historia en algunas ocasiones,
momentos tal vez, parece perderse en ciertos aspectos jurídicos, donde la
matraca de leyes quizás puedan aburrirnos un poco, pero pienso que vienen a
cuento, que el autor, aunque de forma breve las explica, no tiene más remedio
que comentarlas, ‘para que sepamos como va el asunto’, vamos, que vienen
a cuento, pues en cada país, como es lógico, las leyes funcionan de forma
diferente, con lo que el resultado final, es decir, el veredicto del jurado, no
es el mismo.
Cuando llegamos al famoso epicentro
de la lectura, ese ansiado veredicto final, puedo decir que el término del
libro es brillante, donde con un gran sonido de fanfarrias olímpicas, imperiales
y monárquicas se da conclusión a la lectura, el carpetazo al juicio, siendo el “The
End” del mismo apoteósico. Si te animas a leerlo sabrás como concluye, ya sabe
que uno de mis principales postulados se basa en la siguiente ley lectora: No
hago spoilers, (es muy raro) para eso, tendrás que leer el libro”.
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