Principios increíbles: El viejo y el mar
En el Gulf
Stream en un bote, hacía ochenta y cuatro días que un viejo pescador
solitario no recogía un solo pez.
En los primeros cuarenta
días, había tenido consigo un ayudante. Pero después de ese tiempo, los padres
del muchacho le habían dicho que el viejo estaba definitivamente ‘salao’,
lo cual era la peor forma de la mala suerte. Por orden de sus padres el
muchacho había salido en otro bote, que en la primera semana cogió tres buenos
peces.
Entristecía el muchacho ver
al viejo regresar todos los días con su bote vacío. Siempre bajaba a ayudarle,
a cargar los rollos de sedal, el bichero, el arpón y la vela arrollada al
mástil. La vela remendada con sacos de harina, parecía una bandera en permanente
derrota.
El viejo era flaco y
desgarbado, con arrugas profundas en la parte posterior del cuello. Las manchas
pardas del benigno cáncer de la piel -que el sol produce con sus reflejos en el
mar Caribe- estaban en sus mejillas.
Pero a las
personas que somos del mar, que nos hemos criado junto a ella, nos gusta más
esta parte y, he decir que en redes sociales alguno más a coincidido conmigo en
la misma:
Decía siempre la mar. Así es
como le dicen en español cuando la quieren. A veces los que quieren hablan mal
de ella, pero lo hacen siempre como si fuera una mujer. Algunos de los
pescadores más jóvenes, los que usaban boyas y flotadores para sus sedales y
tenían botes de motor comprados cuando los hígados de tiburón se cotizaban
altos, empleaban el artículo masculino, le llamaban el mar. Hablaban del mar
como un contendiente o un lugar o aún un enemigo. Pero el viejo lo concebía
siempre como perteneciente al género femenino y como algo que concedía o negaba
grandes favores, y si hacia cosas perversas y terribles era porque no podía
remediarlo. La luna, pensaba, le afectaba lo mismo que a una mujer.
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