Matar al rey
Una época, que, para mi gusto, la
que va desde 1230, cuando muere el noveno de los Alfonsos y el reino de León
pasa a manos de su hijo, Fernando III, ‘el Santo’, rey de Castilla,
llegando el gran momento de la unificación entre los dos grandes y poderosos
reinos, formándose Castilla y León, tiempo que -vuelvo a repetir- para mí es
uno de los más emocionantes de España y, que termina con el reinado de Pedro I,
‘el Cruel’, hijo del protagonista de ‘Matar al rey’, el onceavo
de los Alfonsos.
Eran tiempos en que no podías dar la
espalda a nadie, ni amigos, ni enemigos, porque la puñalada te la tenías
ganada. Momentos de hacer pactos con una nobleza cada vez más usurera, exigente
y pedigüeña, demandando poder y dinero, solicitando un diluvio universal de prebendas,
que pactaba con derrocarte a cambio de más dispensas y prerrogativas, junto a
una futura España inestable, -como está sucediendo ahora- donde todo pendía de
un hilo. No hay nada nuevo bajo el sol. La historia en muchas ocasiones
no sirve para nada.
Un ‘Justiciero’ con varios
frentes abiertos, Portugal era uno de ellos, debido al abandono en el cual
estaba sometida su mujer, María de Portugal, hija de Alfonso IV, con un estatus
de prisionera, estando retenida en el Monasterio de Las Huelgas en Burgos, -que
recomiendo visitar- porque había perdido todos los favores amorosos de
Alfonso XI, que tenía fijada todas sus miradas en Leonor de Guzmán, un bellezón
de la época, más conocida como ‘La Favorita’, con quien tuvo diez hijos,
llenándoles de tierras y riquezas. Tampoco debemos olvidarnos de Aragón y del
pequeño reino de Navarra y, finalmente el poderoso reino moro de Granada,
la gran obsesión de ‘El Justiciero’, que quería ser el primer rey que
devolviera la ciudad de Granada a la cristiandad, pero los sueños, sueños son…
Muchas batallas peleadas y otras
tantas por empezar, muchas heridas que cerrar, demasiados enemigos a su alrededor.
Una vida llena de lides, broncas, viajes, amores con ‘La Favorita’, la siempre
omnipresente Leonor de Guzmán, junto a un enemigo al cual no pudo vencer, esa peste
que desoló a Europa y se lo llevó por delante, en pleno cerco por la conquista
de Gibraltar.
Ultílogo:
Hay una canción que dice más o menos
eso de ‘y cómo hemos cambiado’, pero repesando (he dicho bien, repesar)
nuestra historia nos damos cuenta de una cosa, en ocasiones no avanzamos, ni
cambiamos nada, seguimos con los mismas cuestiones de antaño, con los mismos
errores, sin aprender de ellos para nada, teniendo que volver al principio de
nuestros pasos, desandando lo andado, algo triste, pero, en fin, somos como
somos y ese parece ser nuestro destino, también nuestra forma de ser.
Creo que, leer sobre el pasado,
particularmente el que nos atañe, nos viene bien, porque no está de más saber
quienes somos y, a dónde vamos, aunque el destino que nos espera a veces no
está muy claro, pese a quien pese, política aparte, que es la mayor mierda que
se ha inventado jamás, siempre al sol que más calienta.
Sobre
el autor:
‘El
poder está en la sangre’ bien podría ser el subtítulo de este libro, escrito
por José L. Corral, reputado medievalista y profesor de Historia Medieval,
aunque las comparaciones son odiosas, una especie de C.S. Lewis o Tolkien, pero
sin el cenáculo de los Inklings de por medio. Se dedica normalmente a la
novela histórica, mezclando en ocasiones personajes de ficción, (no todo va a
ser siempre realidad, hay que dar algo de ‘vidilla’ a las historias). Entre su
obra podemos encontrar: “El número de Dios”, -que pronto comentaremos por aquí-
“El espejo griego”, “El rey felón” o “El médico hereje”, aunque tiene muchas más
de las cuales podemos disfrutar, pero no nos vamos a extender al respecto.
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