El banco de Carlitos

 

Una imagen para el recuerdo


Hace ya unos cuántos días, -cuando preparaba esta entrada- que hemos podido disfrutar y lamentar del esperadísimo último capítulo de la serie “Cuéntame cómo pasó”, después de veintitantos años en antena y múltiples premios. Una serie dónde se relataban los acontecimientos más recientes de nuestra historia.

Hubo momentos épicos y otros no tantos. En este último episodio, el de la llorada muerte de Herminia, la abuela de todos los españoles de más o menos cierta edad, se decía eso de… ‘que todas las personas nunca se olviden de decir te quiero a los seres más queridos, con mucha mayor frecuencia de lo que solemos decir normalmente’, es decir, nunca o casi nunca. Un hermoso recordatorio para nuestras almas, siempre más pendientes de otras cosas digamos que, estúpidas y, me importa una mierda que penséis cualquier exabrupto sobre mí. Hay que querer más y posturear menos. Dejémonos de fotos gilipollas y amémonos un poco más, que no cuesta dinero.

La cuestión de esta entrada viene también por otra cosa, el famoso banco del final de la serie, donde Carlitos se encuentra con sus amigos, Josete y Luis, con la ya famosa alegoría del banco, un escabel que no siempre estuvo ahí, pero que siempre formó parte de sus vidas, al mismo tiempo que fue y será un símbolo de unión y amistad, un final cuyos únicos protagonistas eran ellos, ‘los tres mosqueteros’ como así se hacían llamar.

Los lugares, es cierto que los hacemos las personas, y, somos las personas quien damos ‘personalidad’ a las cosas. Somos nosotros quien otorgamos esa vida a los seres inertes, como los libros. Es el lector quien le da vida, quien mueve a los personajes a actuar de ciertas maneras, porque si tú no te imbuyes en la obras, la historia está muerta desde un principio, no vale de nada todo el esfuerzo del autor por terminar la novela, eso me ha pasado por ejemplo con Desgracia, la premiada obra de Coetzee, que no me movió a nada.

En segundo lugar, el ‘banco de Carlitos’ son todos aquellos libros que nunca hemos podido leer o no hemos podido adquirir, también significa aquellos ejemplares que siempre hemos querido escribir y publicar y por enésima vez, no hemos p-o-d-i-d-o. Siempre han estado ahí, en la estantería, en el cajón de los manuscritos olvidados, en el recuerdo de nadie, en la sombra de la nada, cogiendo polvo y resfriado en la mesa de algún editor. Tan solo han estado en nuestra mente, para salvaguardarla del próximo fin del mundo.

El banco de Carlitos que siempre estuvo allí, aunque fuera mentira, son como la mentira de las falsas editoriales, que no buscan tu manuscrito, tan solo les interesa tu dinero. Es el banco de las mentiras, -otra vez esta palabra, que no necesita ser acompañada de ningún otro sinónimo- porque cuando te sientas en el ya famoso banco de los cojones, estas editoriales macarras juegan con tu ego, con tus ganas de publicar, de mostrar al mundo tu obra, y, ya caíste en sus manos, pues salen diciendo que escribes la hostia de bien, cuando para ellos les parece lija del número siete con la cual te puedes limpiar el culo. Tu manuscrito será valorado, si en verdad lo hacen, por unas personas que en su vida han sabido diferencias un círculo de un cuadrado y, piensan que los arrobamientos de Santa Teresa eran las llamadas en celo del burro de la tía Nicasia.

Un banco donde te descojonas de su equipo de corrección, pues… les envías una tremenda errata como “avíamos hestado” en el tercer reglón de la primera hoja y, dicen que es correcto, que han examinado el manuscrito por arriba y por abajo, con la misma lupa de Sherlock Holmes, y lo ven perfecto. Hay que joderse. Que importante es la ESO para muchos, menos para las editoriales, que pululan a sus anchas por las redes sociales, diciendo que buscan pringados, perdón, he querido decir autores con los cuales trabajar, para formar un hermoso y extenso catálogo, del cual tú puedes formar parte, así te sacarán esos buenos dineros que tanto costaron ahorrar, mientras ellos siguen haciendo siempre su agosto.

No hubo en España nada mejor que la E.G.B. (de eso no tengo duda)




Antes de dar un paso tan nefasto con ellas, ir al banco de Carlitos y, que ‘los tres mosqueteros’ os den el mejor consejo posible, uno bien práctico, que será el de huir de su presencia como alma que lleva el diablo, vamos, cagando leches. Si les pillas con unos buenos porretes de más, hasta estarán divertidos, animándote a que vayas con ellos hasta su puerta y, con una buena mierda de perro, escribirles a la entrada la ineludible frase de, cabrones. Si necesitáis gente para hacer piña, llamarme, ya sabéis por donde ando meando, en las paredes de estos auténticos macarras literarios. Feliz Navidad, porque estas navidades, como el banco de Carlitos, siempre seguirán formando parte de nuestras vidas. Hay que joderse, literariamente hablando.


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