Después de mil balas
Hay
poetas y escritores unidos de por vida a una ciudad, Joyce a su entrañable
Dublín, Pessoa a la bella Lisboa, y el protagonista de la entrada de hoy, Izet
Sarajlic a Sarajevo, que según palabras de Tamara Sarajlic, hija del conocido
poeta bosnio dice que, “Sarajevo es la ciudad en la que no fue más feliz, pero
sí donde todo era suyo”. Era el lugar donde la gente le paraba por la calle,
para que les respondiese con buen humor, con una de sus particulares ironías a
las cuitas de la gente. Sarajevo es la ciudad donde está esa calle que lleva su
nombre, y dónde él quería que ninguno de
los transeúntes que por ahí pasaba tuviera algún incidente grave, que
fatalidad.
Hay poetas que han escrito al Sena, al Duero, al Guadalquivir, al Danubio, pero Sarajlic era y será el bardo que escribió al Miljacka, conocido como ‘el río de Sarajevo’, una ciudad con un asedio que duró 1425 días, y con un promedio de 329 bombas diarias, y que tiene el negativo record mundial (si alguna pobre ciudad de Ucrania no lo ha superado), de 3777 granadas diarias impactadas sobre sus muros, pero a pesar de tanta masacre, Sarajlic también escribió a una de las calles más populares de la capital, a Wilson Lane (Vilsonoro Setaliste).
El autor de los poemas no nacidos nunca quiso abandonar su ciudad, ni en los peores momentos, porque sabía que tenía la obligación de permanecer ahí para nunca abandonarla, para contar después mediante versos toda la tragedia vivida, pero sobre todo porque amaba a su gente, así de sencillo y de difícil a la vez, ‘no voy a ninguna parte, mi lugar está en Sarajevo’.
Siempre con la pena (una verdadera obsesión durante sus comienzos) de la muerte de Eso, ese hermano mayor fusilado por los “camisas negras” italianos. Sí, era el poeta del antibelicismo, el amor y la nostalgia, que por momentos me ha recordado un poco al autor argentino Juan Gelman, el poeta del dolor, la distancia y el silencio.
Volviendo a Sarajlic, yo también me
pregunto: ¿Quién cubre el turno de noche
para impedir el secuestro del corazón del mundo? Él era el que nos
recordaba que la guerra no llama al timbre, entra sin más como la muerte, y que
cuando llega el momento de partir no nos llevamos nada, ni tan siquiera un
paquete de cigarrillos, y que en los peores momentos lo mejor es tener entre
las manos un libro de versos.
“(…)
pero después de mil balas yo sigo vivo”
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