Los girasoles ciegos
“Le he escrito no para
implorar su perdón, ni mostrarme arrepentido, sino para decirle que lo que yo
he visto otros lo han vivido y es imposible que quede entre las azucenas
olvidado.”
Todos los personajes que aparecen en los diferentes
relatos están perdidos (son individuos que han perdido) y son unos seres
derrotados, por eso da igual donde se esconden o donde están encerrados, ya sea
en una cárcel, en lo inhóspito de unas montañas o dentro de un armario, ya que
les persigue la derrota, ya que todos han perdido, tanto ganadores como
vencidos.
Son
seres abrumados por las circunstancias, llenos de dolor a partes iguales, y me
aventuro a decir que es un libro para aquellas personas que no tengan prejuicios
políticos a la hora de leer un libro, para gente que olvida esas ofuscaciones
que por tanto tiempo nos han perseguido (nos persiguen) y quieren saber que hay
en el fondo y en el alma de los protagonistas, junto a todo aquello que les
envuelve.
En
alguna reseña sobre este libro dice que “es el libro quien nos devora a nosotros y no
nosotros al libro”, y tiene toda la razón del mundo, porque también es “el
silencio de las cosas que callamos y que nunca dijimos”, pienso que es
debido a que…nunca tuvimos el valor necesario para comentarlas y el autor del
libro Alberto Méndez mediante sus ‘cuatro
derrotas’ se ha atrevido.
Alberto Méndez, el autor de este gran libro
Son
las consecuencias y realidades de una guerra, una puta y maldita guerra que
todavía nos deja secuelas. Nos muestra todo aquello que puede provocar una
guerra, (que bien suena la frasecita de los demonios, pero que resultados tan
catastróficos trae) y al final de la misma se celebran dos ceremonias, una de
derrota y otra de victoria.
A
cada paso de hoja de estos ‘girasoles ciegos’ te van dejando un diferente sabor
de boca, junto con un resquemor de
derrota en la piel. Son historias que me han recordado a libros como: “La bailarina de Auschwitz de Edith Eger, a "Sin destino” de Imre Kertesz, y
si me apuráis un poco “La quinta esquina” (Izraíl Métter)
Abramos
los brazos para recibir a una España de fingimiento, donde creo aunque ya lo dije
anteriormente, una España que todavía no
hemos sabido olvidar, de ahí la grandeza de este libro, nos lo recuerda,
pero cuidado, nos hace una advertencia que debemos tener bien presente:
Los derrotados no solo perdieron la guerra, la
perdimos todos nosotros incluyendo a los que la ganaron.
Recordando unas palabras del capitán Alegría:
“Aunque todas las guerras se pagan con los muertos,
hace tiempo que luchamos por la usura. Tendremos que elegir entre ganar una
guerra o conquistar un cementerio”.
Ultílogo:
A
pesar del poco tiempo que ha pasado desde su publicación, quince años, quizás
estemos hablando ya de un gran clásico de nuestra literatura, y probablemente
se convierta al cien por cien en lectura obligatoria dentro de los planes de
estudio en nuestro país.
“...Poder pensar todo esto es el privilegio de un
condenado, es el privilegio del esclavo.”
Cuatro
derrotas, cuatro silencios, cuatro ejemplos de la amargura y ruindad de una
guerra, sobre todo cuando es civil, donde luchan hermanos contra hermanos, para
ser carne de cañón, para ser un simple instrumento donde solamente unos pocos
se benefician, una narración que nos deja grabado a fuego una advertencia, lo
que pasó, lo que se vivió es algo que nunca más se deberá repetir.
Evitemos por todos los medios que este mundo se
convierta en un orbe donde solo habitan poetas sin versos.
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