Ordinaria locura: Erecciones, eyaculaciones, exhibiciones


Cass era la más joven y la más guapa de cinco hermanas. Cass era la chica más guapa de la ciudad...


   El hombre del vómito, el fango, la acidez, del mal aliento, de la grosería, de la grotesca imperfección, siempre con una resaca permanente, amigo del sexo duro y barato, de un delirante alcoholismo, machista, sin modestias y enormemente enamorado de su imperfecto ser, pero lo mejor de todo, lo más grande es que a pesar de sus defectos es descarada y condenadamente bueno.

   Nadie como él para describir la América profunda, -más que profunda- a los desechos de  una sociedad en decadencia y necrófaga con sus ciudadanos, una acertada descripción de esa América que no sale en las guías de viaje ni en los documentales televisivos, donde todos es de color de rosa. Bukowski nos muestra la mierda y como se vive estando en la mierda, sin tapujos, sin mentiras de ninguna clase, sin pelos en la lengua, volviendo a repetir por mí parte que este maldito es descaradamente bueno.

   Sexo, alcoholismo, un hombre corrompido por sus propios vicios, hablando sobre unos vicios que cualquiera de nosotros pudiera tener, porque Bukowski es un auténtico experto en depravación, libertinaje y todo aquello que os dé la gana llamarlo, pero es un hombre valiente y no esconde la degeneración de su maldita alma, debido a que tiene los huevos, las narices o "esa ordinaria locura" de contarlo, por eso escribe sobre ello sin cortarse un pelo.


   Amores de hola y adiós, si es que podemos llamarlo de alguna manera, folleteo rápido, amigos de medio pelo, -historias de barra de bar- personajes descarnados con una triste sombra detrás de ellos, siempre alargada, muy alargada, que van dando hostias a sus personajes durante toda la vida, sin abandonarles, como si fuera un desodorante.

   Amores perros, trabajos perros, perras borracheras, todo es perro, hasta la chica más guapa de la ciudad, de la cual todos nos hemos enamorado tiene una vida perra, y yo mientras tanto sigo aquí esperando a que el cabrón de Bukowski me pase de una puñetera vez el número de teléfono de Cass, porque yo para nada despreciaría su belleza, esa belleza que ella tanto odia.

Cass era fuego móvil y fluido... Su pelo era negro y largo y sedoso y se movía y se retorcía igual que su cuerpo.

   
   Escribes sobre ti mismo y bebes demasiado, -aunque eso ya lo sabes- pero cabrón... eres perdidamente bueno, muy bueno.




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