Atalaya: Mar Martín Martín


Debajo de la mesa, la luz. Refugio de los años en los que la alfombra se llenaba de migas.
(Pág. 11)


      ...y en el velatorio aparece ella, herencia de una estirpe de mujeres casi en extinción, las que ahuyentaban sus miedos, las bordadoras de ilusiones aunque no las hubiera, ella es la nieta de Indalecio.

    La narradora nos invita a subir a su particular atalaya, y una vez en ella nos prestará sus zapatos para que "caminemos por la vida". Una existencia que se va deshilachando, donde frase a frase nos daremos cuenta que la nostalgia es duradera, que se niega a marcharse de nuestro lado porque todavía tiene mucho que decir, que contar.

    La sirena de la fábrica suena, pero no para indicarnos el correspondiente turno de entrada y salida de los obreros en constante ebullición. Más bien nos dice que cada momento vivido debe de ser tenido en cuenta, no se debe de olvidar, por eso en cada uno de los cajones, de los rincones de nuestra mente debe ser guardado con su referencia marginal, su anotación, el preciso dato que nos lleve en cualquier momento a esa situación que nunca debemos olvidar, un tiempo que no es perdido, que no "debemos barrer" como las migas que están encima de la alfombra.

    Raíces arraigadas en la tierra de la memoria, raíces que deben estar firmemente plantadas en la tierra que pisamos a diario, y ese 'tempus fugit', maldito seas, esa fugacidad de la vida que nos lleva corriente abajo nos dice que no debemos desaprovechar el momento, porque es corto y perecedero.

    Vuelvo a repetir que... cuando ella nos invita a su atalaya para contemplar el "no firmamento" observaremos los acordes que han marcado nuestra vida, para finalmente darnos cuenta que ramas de perejil crecen en la escalera.

    Sobre mi cabeza se ha posado una bandada de pájaros. Anidan pensamientos migratorios...pero nunca te olvides de dejar la puerta siempre abierta.



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