A propósito de Ferlosio

Alfanhuí, un gallo y su veleta


   Cuando escuché en las noticias que había fallecido nuestro gran Ferlosio, mi mente regresó unos cuantos años atrás, cuando cursaba 4º de la ya desaparecida E.G.B, y en aquel libro de color marrón carmelita, (con perdón de los Carmelitas, pues esta comparación es cariñosa) de nuestro libro de Lengua Española "Senda", en donde se encontraban extractos de obras de nuestros grandes autores, encontrándose entre ellas "El Jarama" y "Alfanhuí", salidas de la imaginación de Ferlosio, y en dónde a pesar de nuestra tierna edad ya nos hacíamos ciertas preguntas como: ¿Qué demonios escondía ese dichoso Jarama, para que nuestra profesora Angelines (de la cual no guardo muy buen recuerdo) fuese tan pesada con la obra, y cada dos por tres hiciese un dictado con la maldita narración, que al final llegamos a odiar? ¡Caray! que nos importaba a nosotros lo que les pudiera pasar a ese grupo de amigos, en ese río que nos quedaba tan lejos de casa, cuando nosotros en Gijón teníamos el mar y una hermosa playa de la cual disfrutar.


    Con Alfanhuí pasaba tres cuartos de lo mismo donde su mundo a más de uno nos resultó un poco difícil de entender, algo que cambió con los años, cuando algo más maduros pudimos entender lo maravilloso de su mundo y lo apasionante de su lectura, comprendiendo que Ferlosio se ha ido a los 'cielos de los libros, o del lápiz y papel' en compañía de un niño con un extraño nombre.

   El libro de "Senda" no sé dónde demonios está, he incluso lo intenté buscar por alguna librería de lo viejo, en uno de los mercadillos de nuestra España, preguntado a los antiguos compañeros de clase... pero hasta ahora no he tenido suerte, la fe (en este caso bibliófila, literaria y quizás también nostálgica) es lo último que se pierde, y espero recuperar una parte de mi niñez que jamás volverá, a pesar de 'lo muy putas' que me lo hizo pasar doña Angelines, la malhumorada profesora que me tocó  (nos tocó) por suerte ese curso, y que muy a su pesar (porque lo intentó de todas las formas posibles, habidas y por haber) no me hizo odiar mi pasión por los libros y la lectura, repitiendo hasta la saciedad eso de...'menos letras y más números', y ahora con casi cincuenta y tres años que cumpliré a final de mes me he dado cuenta de una cosa, doña Angelines era la hermana gemela de la veleta de Alfanhuí:



El gallo de la veleta, recortado en una chapa de hierro que se cantea al viento sin moverse y que tiene un ojo solo que se ve por las dos partes, pero es un solo ojo, se bajó una noche de la casa y se fue a las piedras a cazar lagartos. Hacía luna, y a picotazos de hierro los mataba. Los colgó al tresbolillo en la blanca pared de levante que no tiene ventanas, prendidos de muchos clavos. Los más grandes puso arriba y cuanto más chicos, más abajo. Cuando los lagartos estaban frescos todavía, pasaban vergüenza, aunque muertos, porque no se les había aún secado la glandulita que segrega el rubor, que en los lagartos se llama «amarillor», pues tienen una vergüenza amarilla y fría.


   Doña Angelines no cazaba lagartos, los vigilaba, y cada vez que bajaba de su veleta "metía unos tortazos de la leche", dados apasionadamente, que dolían "la hostia" y que te hacían pasar mucha vergüenza, porque el cachondeo de la clase era de aúpa, vitoreando a la bestia parda que se pavoneaba con orgullo.

   Pido mil disculpas si alguien puede sentirse ofendido, porque las comparaciones son odiosas, y, esta entrada de hoy me ha salido así, del tirón, no pudiendo hacer nada por remediarlo.




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