Boris Pilniak




Paseando por Rusia (13): El hombre que siempre persistió en sus ideas.

    Su compromiso con el anti-urbanismo y la crítica a las sociedades mecanizadas le granjeo problemas con el gobierno de su país. (Empezamos bien esta entrada.)

   Entre sus obras podemos destacar El año desnudo”, “Mahogoria”, “Volga desemboca en el mar Caspio”, y “OK. Novela americana”. (En donde nos encontramos un negativo cuaderno de viaje de su visita en 1931 a los Estados Unidos.) Estoy seguro de que esta obra encantó a los miembros de su riguroso gobierno.


     Desde muy joven (tierna edad, como dirían algunos) mostró aptitudes para la escritura, (de aquella ya estaba tocado por la vil enfermedad de la grafomanía) fue patrocinado por Anahlí Lunacharski, (Comisario del pueblo de Educación) para que pudiese escribir a tiempo completo.

   Cuando escribes lo que quiere el gobierno eres bueno, cuando das un paso al frente, escribiendo lo que sientes y lo que piensas, entonces resulta que ya no eres tan bueno, te has convertido en un traidor, en un enemigo. Eso ocurrió cuando escribió “El cuento de la luna inextinguible”, donde narra la muerte de Mijaíl Frunze (un dirigente bolchevique) que supuestamente falleció de una sobredosis de cloroformo durante una operación de estómago.


    La historia se repite vez tras vez. Si no hay ‘grandes purgas’, hay noches de ‘cuchillos largos’, y por si acaso, siempre hay que tener una tercera opción a mano, y esa es una operación fallida con el consiguiente fallo humano, no hay nada nuevo bajo el sol, todo está pensado e ideado.

     El resultado final es siempre el mismo, quitarse de un plumazo a todo aquel que moleste más de la cuenta. Al final van a tener razón en ese de que ‘el fin justifica los medios’, y como era natural, su obra fue prohibida. Pilniak recibía una seria advertencia, sino cambiaba de opinión probablemente viniera a corto o larga plazo un severo castigo por parte de los de arriba, eso estaba más que cantado. 

Campesinos en una granja colectiva  conversan sobre la siembra en primavera. Fotografía tomada en los años 30 en Uzbekistán.

     Como todos los valientes o locos, ya que están compuestos de una casta especial, hace caso omiso de todo y publica en Alemania ‘El árbol rojo’, donde hace un retrato de Trotski que no gustó nada a sus queridos amigos del bando contrario, (el gobierno claro está) que unido a la ofensa de ser publicado en un país extranjero hace que la condena por su proceder sea doble, así que deciden expulsarlo de la ‘Unión Panrusa de Escritores’, la antecesora de la maléfica Unión de Escritores Soviéticos, (donde la denuncia estaba a la orden del día.) Vemos que fueron más tontos que llenar un saco de piedras, y llevarlo a hombros hasta el bar de la esquina.

     Murphy con sus puñeteras leyes tenía razón: Aquello que empieza mal, termina de “puta pena” (con perdón de la expresión), y así ocurrió. Juzgado por el contra-revolucionario, espionaje y terrorismo, ¡casi nada! No tenía escapatoria, encontrándose entre la espada y la pared. Eso de pasar información al enemigo fue un acto que puso su cabeza en bandeja de plata a los pies de sus contrincantes.

Catedral de Alexander Nevsky, en Tbilisi (Georgia) antes de que cometieran la barbaridad de demolerla, por orden de las autoridades rusas en 1930. Como siempre, 'el arte nunca debe de servir al arte', sino más bien, al Gobierno en cuestión que en esos momentos mande...una lástima. Eso lo supo bien el bueno de Pilniak.

       Lo malo fue que una de esas acusaciones era cierta, y Guide, André por nombre (premiado escritor) utilizó esa información para uno de sus libros, atacando a la URSS. Muy mal hecho Sr. Guide, tenía usted que haber sido más fino, y al pobre Pilniak saber a ciencia cierta a quien le pasaba este tipo de información. 

       Juzgado tan solo en quince minutos, fue condenado a muerte, punto y final. Los malos habían ganado “llevando su sentencia a cabo”.

Vivía Semión como el cangrejo ermitaño, y su sótano era una cangrejera. Le bastaba sacudir la pierna en el horno, y una bota de fieltro volaba al rincón…”
(Fragmento de “El año desnudo”)  




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